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El año del Gallo de Fuego

Lyvia Torres Roldán*
Year of the rooster
El año del gallo

Foto: http://www.fengshuitrainingcenter.com/
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Aquel domingo celebramos la llegada del Año Nuevo Chino mi primo Héctor, su esposa Alicia y yo, visitando el Barrio Chino de la Ciudad de México.

Solicité por teléfono a la administración del Barrio Chino los horarios de las actividades de la celebración. Me informó el administrador que este año no habría desfiles en la calle, solo saldrían los leones y entrarían a algunos restaurantes, de los cuales me dio la hora de la visita.

Me desilusionó saber que no habría templete, ni exhibición de artes marciales, ni desfile de tambores. Me pregunté: ¿entonces que habrá?, ¿sólo ver entrar a los leones a algunos restaurantes? Pues sí, todo indicaba que así sería.

Aproveché para preguntar si se instalarían los vendedores ambulantes. Me respondió con un firme No. Añadió que por ningún motivo lo permitirían, pues generaban problemas y pleitos con los vecinos del Barrio, aparte de las consabidas molestias a los visitantes. Al llegar a las calles Dolores y Juárez, lo primero que vimos fue el multitudinario y caótico puesterío de los vendedores ambulantes. Debíamos pasar entre puestos de fritangas, olor a comida, a inciensos, música tibetana, cantos para meditación. De pronto, brotaba el escándalo de la música grupera y más fritangas olorosas. Tratamos de avanzar, con mucha dificultad, hasta la parte central del Barrio Chino. Liberados de esa vorágine, nos lanzamos al frenesí de las compras de los artilugios mágicos. Se escuchaban las ofertas:

--Lleven sus gallos para la abundancia, para el amor, para ahuyentar los peligros, para que no le hagan mal de ojo. --Sonaba irresistible el catálogo, que era inmenso.

Mi primo, con sentido práctico, fue directo a lo suyo:

--A mí, échame un gallo para el dinero, los demás los guardas.

--Mire, cliente, véngase para acá, estos gallos que le doy ya están curados, o se los curo frente a usted, para que vea que está bien hecho el ritual.

¿Curados? ¿Pues qué enfermedad padecen? Mi primo es médico, y tampoco entendía nada. La explicación generó más confusión; solo alcancé a entender que con el ritual señalado se reforzaba el poder del gallo en cuestión.

--¿Y usted, güerita, qué va a llevar? Escoja su gallo. ¿Como para qué lo quiere?

Con disimulo miré hacia donde estaba mi primo. él ya estaba regateando en otra tienda por otros talismanes; no quería que me viera pedir “mi gallo amuleto”. Con voz bajita, me acerqué al vendedor y le dije:

--Para el amor.

Se quedó observándome como bicho raro, y cuestionó:

-A ver, ¿lo quiere para echar relajo? ¿O para un amor de a de veras?

--Bueno, con usted. Si con el amor no se juega, lo quiero en serio, para siempre, ¿sí me entiende? --respondí.

--Güerita, pues yo le digo con mucho respeto, que yo me casaba con usted mil veces, no, veinte mil, se lo juro güerita. ¡Cómo está usted sin novio, si está rechula! Su comentario me hizo reír, le pedí que se apresurara con el ritual correspondiente y que le pusiera toda la magia al gallo; mi primo se acercaba y no quería ser blanco de sus burlas, muy conocidas por mí.

Me retiré del lugar, debo confesar que conmovida. No pude evitar seguir el recorrido con una sonrisa en la cara, y como buena supersticiosa tomé el halago como un presagio de que algo muy bueno llegaría. Al avanzar, noté que ahí estaba el templete que me dijeron que no estaría, igual se veían los preparativos de los tambores y las artes marciales que no habría, pero ahí estaban.

Preguntamos a los jóvenes que preparaban su número sobre el templete, que sí estaba, a qué hora serían las danzas de los leones. Nos señalaron un restaurante al que sí irían a las 2 de la tarde. Rápidamente, nos fuimos a ese lugar, tomamos una mesa. Preguntamos al mesero a qué hora esperaban ellos la llegada de los leones. Respondió escuetamente “no vendrán acá”.

Comimos con el ánimo bajo; nos dispusimos a abandonar el lugar cuando escuchamos el sonido de los tambores y vimos a dos hermosos y enormes leones que se dirigían hacia donde nosotros estábamos.

Sucedió algo sorprendente: la puerta de acceso al restaurante estaba bloqueada por un grupo de personas que se negaba a moverse. El gerente, con amabilidad, les solicitó dejaran espacio para el paso de los leones. Sus intentos fueron infructuosos. Mientras, los leones daban vueltas en la cercanía de la puerta, agitados y sudando a mares. La solución expedita se presentó en la mano de un mesero lleno de cuetes, mismos que arrojó encendidos a los pies de los estorbosos. Los gritos de enojo de algunas mujeres no se hicieron esperar:

--Son unos irresponsables ¿Qué no ven que hay niños?

--Claro que los había, solo que estaban tan divertidos dando saltos y brincando entre los cuetes chilladores, que esperaban que les arrojaran más, como bolo en bautizo.

Las madres, ofendidas, llamaron con gritos a sus pequeños y se retiraron; tras ellas, los maridos con cara de no entender la molestia. Finalmente, se debe reconocer que los chinos inventaron la pólvora, lo que les concede derecho de usarla en sus terrenos, como fue. Con la puerta despejada, entraron nuevamente al restaurante, y muy cómodos nos dispusimos a disfrutar las danzas de los leones chinos al ritmo de los tambores.

Al final, lo logramos, otro presagio de que cosas muy buenas están por llegar.

*Taller de Crónica Literaria.
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México.


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