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Reflexiones sobre el inicio de una vocación: Vivir para contarla

Laura Victoria Zorrilla Alcalá*
Gabriel García Márquez
Gabriel García Márquez

Foto: https://en.wikipedia.org/wiki/Gabriel_Garc%C3%ADa_M%C3%A1rquez

 

Me interesa comentar algunas reflexiones sobre el inicio de la vocación de Gabriel García Márquez que se encuentran en su libro Vivir para contarla (México: Editorial Diana, 2002). Considero que a través de la lectura de esta autobiografía hay factores importantes que probablemente hayan influido en el nacimiento de un escritor.

En primer lugar diría que el entorno familiar en el que vivió desde muy pequeño pudo ser propicio para su vocación por la forma en que sus padres y abuelos maternos lo criaron, así como también por la atmósfera que lo rodeaba. Sus padres, Gabriel Eligio y su madre, Luisa Márquez, al irse a vivir a Barranquilla decidieron dejar a su hijo Gabriel, de dos años de edad, en Aracataca al cuidado de sus abuelos maternos, Nicolás Ricardo Márquez (llamado “Papelo” de cariño) y Tranquilina Iguarán, a quien llamaban “Mina”, por lo que ellos jugaron un papel importante en la formación del niño.

En las primeras páginas de este libro, García Márquez relata lo importante que fue la visita que hizo con su madre a la casa de sus abuelos en Aracataca después de mucho tiempo de haber vivido allí cuando apenas tenía poco más de veinte años. “Ni mi madre ni yo por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de sólo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo. Ahora, con más de setenta y cinco años bien medidos, sé que fue la decisión más importante de cuantas tuve que tomar en mi carrera de escritor. Es decir, en toda mi vida”. El autor deja constancia de un momento significativo para él, una conciencia del recuerdo y el deseo de ser un escritor. Durante esta misma visita a la casa de los abuelos, le sucede algo extraordinario, ya que al entrar a la habitación donde él había dormido hasta sus cuatro años y ver su cuna, se le vino de pronto a la memoria un recuerdo muy especial, la escena de cuando era chiquito y estaba en su cuna vestido con un mameluco de florecitas azules llorando a gritos. “Y más aún cuando he insistido en que el motivo de mi ansiedad no era el asco de mis propias miserias, sino el temor de que me ensuciara el mameluco nuevo. Es decir, que no se trataba de un prejuicio sino una contrariedad estética, y por la forma como perdura en mi memoria creo que fue mi primera vivencia de escritor”.

Su abuela “Mina” era una persona supersticiosa y con mucha imaginación. Relataba los aconteceres de la vida cotidiana de una forma extraordinaria, sencilla, divertida y con frecuencia las expresaba como si fueran reales. Gabriel, su nieto se fascinaba con estos relatos y disfrutaba al escucharlos. Había una complicidad entre la abuela y el niño. “Papelo”, su abuelo, tenía una colección de pececitos de oro, era un gran narrador y le había regalado un diccionario. “Sin embargo, cuando el abuelo me regaló el diccionario me despertó tal curiosidad por las palabras que lo leía como una novela, en orden alfabético y sin entenderlo apenas. Así fue mi primer contacto con el que habría de ser el libro fundamental en mi destino de escritor.” Ambos abuelos fueron una fuente de inspiración importante para él.

Sus padres tuvieron una vida difícil. Formaron una familia de once hijos con muy pocos recursos económicos. El padre era telegrafista, después abrió varias farmacias en distintos lugares de Colombia por su afición a la medicina homeopática. Era una persona de carácter alegre, le gustaba tocar el violín, era bohemio. Tuvo varias mujeres y varios hijos fuera de matrimonio. Su madre estaba dedicada al hogar con mucho ahínco, criando a sus hijos y a los de su esposo con mucha dificultad por la falta de ingresos.

Considero que la presencia femenina en la vida de Gabriel durante parte de su infancia fue un factor relevante para su formación pues estaba rodeado de su abuela, sus tías y “Meme”, la sirvienta. A través de esta convivencia con todas las mujeres de la casa y algunas de ellas participando en su alimentación, cuidado, en aprender a hablar, cantar, reír, comportarse, protegerse, se creó una dependencia física y emocional con ellas en los años fundamentales de su infancia. Las tías eran Petra, que se había quedado ciega y se había ido a vivir con ellos; Wenefrida, la más alegre y simpática del grupo familiar aunque se encontraba la mayor parte del tiempo enferma; “Meme”, la mujer guajira que hablaba español usando palabras de su lengua nativa y poniéndole un toque gracioso junto con su hermano: “No puedo imaginarme un medio familiar más propicio para mi vocación que aquella casa lunática, en especial por el carácter de las numerosas mujeres que me criaron”.

Gabriel, con el afán de que le hicieran caso los adultos, relataba sucesos de una forma atractiva con detalles fantásticos, como la vez que soñó que al abuelo le había salido un pájaro vivo por la boca. Durante los paseos del niño con su abuelo al comisariato de la compañía bananera y de regreso, al pasar por la tienda “Las Cuatro esquinas”, le encantaba descubrir y disfrutar las novedades del mundo entero. Como los magos de feria que sacaban conejos de los sombreros, los tragadores de candela, los ventrílocuos que hacían hablar a los animales, los acordeoneros que cantaban a gritos las cosas que sucedían en la provincia. Aquí vemos que el niño se va formando a partir de la interacción con el mundo.

Relatos históricos que conservan magia, hechicería, misterio y aspectos sobrenaturales también son relevantes, como el caso del duelo del abuelo con un liberal, Medardo Pacheco. La impresión que le causó al niño escuchar este drama una y mil veces le provocó el deseo de escribir. Otro hecho fue el de la plaga de langostas que había devastado los sembradíos cuando la abuela era niña. “Se oían pasar como un viento de piedras” le contó al joven cuando fueron a vender la casa a Aracataca. La población, aterrorizada, tuvo que atrincherarse en sus cuartos y el flagelo solo pudo ser derrotado por artes de hechicería. Y uno más que contribuyó a su vocación, fue el de la tía Wenefrida sobre el relato en el que en una noche de grandes lluvias una hechicera la exorcizó.

Durante el viaje que hace con su madre a la casa de sus abuelos en Aracataca, en la estación del tren dice: “Cada cosa, con solo mirarla, me suscitaba una ansiedad irresistible de escribir para no morir. La había padecido otras veces, pero sólo aquella mañana la reconocí como un trance de inspiración, esa palabra abominable pero tan real que arrasa todo cuanto encuentra a su paso para llegar a tiempo a sus cenizas.” Recupera en su memoria el pueblo donde vivió.

Cuando se despide de su madre y la deja en Barranquilla, su madre le pregunta: "¿Qué le digo a tu papá?" Le contesté con el corazón en la mano: "Dígale que lo quiero mucho y que gracias a él voy a ser escritor." Y me anticipé sin compasión a cualquier alternativa: "Nada más que escritor." Es García Márquez confirmando su vocación de escritor.

*Estudiante mexicana del curso Literatura Iberoamericana (Escritura Autobiográfica Hispanoamericana).
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México.


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