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El trastorno de angustia

Yves Michaud*

El trastorno de angustiaNo es tan fiero el león como lo pintan

(Refrán español)

Todos sabemos más o menos qué significa la angustia o la ansiedad. La gente común la habrá experimentado varias veces durante su vida. Es parte de la existencia humana y un recordatorio de nuestra vulnerabilidad y puntos flacos.

Sin embargo, para algunas personas, esas experiencias se convierten en un lastre tan pesado y penoso que dificulta su vida diaria, incluyendo sus relaciones con los demás, el trabajo, los estudios, las salidas, etc. Es decir, en algunos casos, la angustia viene a ser un trastorno mental, como lo reconocen hoy en día los sicólogos y los médicos. Pero ¿en qué consiste semejante trastorno exactamente? En este texto se lo explico a ustedes.

En primer lugar, se definirán y distinguirán algunos términos afines a este campo. También compartiremos datos científicos generales al respecto; en segundo lugar, detallaremos varias formas de este trastorno; en tercer lugar, veremos algunas de sus posibles causas; y por último, describiremos cuáles son los tratamientos e intervenciones de probada eficacia que existen.

Cabe destacar que este texto solo tiene un propósito divulgativo, no fue escrito por un especialista y no debe usarse como herramienta de diagnóstico. Por lo tanto, si ustedes creen tener dicho problema, yo los insto a consultar a un médico y a confiar en su juicio más que en fuentes en línea o en ciertos libros de dudosa autoridad.

 

Definiciones y datos del trastorno de angustia

En el idioma español, en lenguaje coloquial, existen varios términos afines en torno al trastorno de la angustia, de modo que vale la pena intentar aclararlos un poco (Barnhill, 2023; Hébert, 2020; OMS, 2023; Seidah y Geninet, 2020).

No existe consenso entre las fuentes sobre la diferencia entre la angustia y la ansiedad. A veces se nos dice que son más o menos sinónimos. La angustia puede incluso tener tintes filosóficos y religiosos, como en la filosofía existencialista. En este texto, no será preciso distinguirlas. Eso sí, existe una marcada diferencia entre el miedo y la angustia. El miedo es la reacción defensiva de incomodidad (o sea, de alarma) de alguien ante la percepción de una amenaza o un peligro presente o inminente. La angustia remite más bien a una preocupación o cierto malestar generado por la aprehensión debida a un peligro abstracto, imaginado, hipotético, en un futuro lejano, y muchas veces con pocas posibilidades concretas de ocurrir tal como uno se lo imagina, o sea que la angustia es una preocupación por algo de por sí incierto o impredecible. El estrés es una reacción de incomodidad, tanto a nivel físico como sicológico, ante un evento actual o inminente que nos presiona; reacción que, en el mejor de los casos, nos prepara y motiva a actuar para hacerle frente, pero que también puede llegar a agobiarnos y debilitarnos, sobre todo a largo plazo. Por último, el pánico, en su sentido médico, es un ataque repentino de angustia que suele durar muy poco tiempo, algunos minutos u horas como máximo, pero que resulta especialmente abrumador y penoso, física y sicológicamente. Un ataque de pánico puede ser desencadenado por un elemento amenazador del ambiente, pero también algunas veces por una causa desconocida.

El trastorno de angustia se encuentra entre los trastornos mentales más comunes. Según algunas fuentes, el 11% de la población ha tenido crisis de angustia. Esa angustia se convierte en trastorno en el 2 o el 3% de la población (4%, de acuerdo con la OMS), sobre todo cuando las personas llegan a temer que les pasen otras crisis más, hasta tal punto que su vida diaria y bienestar se ven afectados. Ese trastorno afecta aproximadamente a dos mujeres por cada hombre. En la mayoría de los casos, esa enfermedad aparece en los últimos años de la adolescencia o en la adultez, pero puede manifestarse también en la infancia. La duración de ese trastorno es muy variable: puede ser bastante breve, pero también puede permanecer varios años. Es posible que dicha angustia desparezca en algún momento, pero que vuelva a manifestarse más adelante.

Formas del trastorno de angustia

El trastorno de angustia no afecta a todos de la misma manera y con la misma fuerza. No solo cada persona es única, sino que también las fuentes sicológicas identifican varias formas de ese trastorno, de las cuales menciono algunas a continuación (Hebert, 2016, 2020).

El trastorno de ansiedad generalizada remite a una preocupación exagerada, persistente y abrumadora por ciertos problemas a los que se enfrenta alguien. El pensamiento y los sentimientos de la persona resultan distorsionados al no reconocer que dichos problemas no son tan graves o amenazadores como se imaginan.

Las fobias son temores muy específicos, intensos e irracionales que pueden llegar a dificultar la vida diaria de una persona. Puede tratarse de fobias a algún objeto, un ser (por ejemplo un animal o un bicho), un lugar o una situación. De esa forma, la fobia social es el temor a quedar mal y humillarse ante los demás, mientras que la agorafobia es el miedo a las multitudes y a ciertos espacios de donde puede ser difícil escapar. Algunas otras personas les tienen fobia a las arañas, loso ratones o los perros, otras a encontrarse en un elevador, otras a la sangre, otras a un número supuestamente de mal agüero, y un largo etcétera. Las fobias suelen llevar a conductas de evitación de lo que las genera.

No obstante, no todo lo que se llama «fobia» en el lenguaje común encaja en este molde: la homofobia, la transfobia, la islamofobia, y ese tipo de términos en boga, cobran más bien un sentido «social» y «político» y tienen más que ver con lacras como el odio, los prejuicios, la discriminación, la inclusión, el activismo, etc., que con la angustia como trastorno.

El trastorno de pánico, como dijimos arriba, consiste en crisis de angustia repentinas y agudas, pero de breve duración. No se pueden identificar siempre sus causas; se puede incluso sufrir ese pánico en un ambiente muy relajado. Esas crisis pueden pasar con poca frecuencia, pero también pueden suceder varias veces al día en los casos más graves. El pánico viene con síntomas tanto físicos como sicológicos, como palpitaciones, temblores, sudoración, sofocos, mareos, agobio, falta de concentración, preocupaciones obsesivas y exageradas, temor a volverse loco o ahogarse, etc. La persona que las sufre llega a preocuparse por las crisis futuras, lo cual le genera otra ansiedad, llamada ansiedad anticipatoria (¡la persona se angustia por la propia angustia, menudo círculo vicioso!). Cabe destacar que si bien esas crisis son fastidiosas y asustan, no ponen en peligro la vida de la persona.

El trastorno de estrés postraumático, como señala su nombre, es un malestar de larga duración causado por un trauma específico en la vida de la persona. Los relatos desgarradores de excombatientes o víctimas de crímenes violentos o sexuales que podemos encontrar en diarios o libros, por ejemplo, nos han dado a conocer este trastorno, pero otras situaciones pueden también resultar traumáticas a cualquier edad. Las personas que sufren estrés postraumático muchas veces están lidiando con recuerdos obsesivos y penosos de ese evento, o sea, que esos pensamientos las persiguen, y con frecuencia tienen el mismo tipo de pesadillas a lo largo de los años. Su comportamiento, rendimiento y calidad de vida, se ven gravemente afectados por mucho tiempo.

Causas del trastorno de angustia 

Dicho esto, queda por ver cuáles son las causas de este trastorno. Esas causas pueden originarse en la biología, la sicología o el entorno y situaciones específicas de una persona (Hébert, 2016, 2020). A continuación detallo estos tres aspectos.

En cuanto a la biología, todavía quedan bastantes incógnitas y las investigaciones todavía siguen su curso. Desde el punto de vista de la genética, el trastorno de pánico parece tener su propia base genética con respecto a otras formas de angustia. También sabemos que los hermanos gemelos tienen un 85% de posibilidades de compartir un trastorno de angustia, mientras que los hermanos no gemelos tienen un escaso 15% de posibilidades de compartirlo. Además, si uno de los padres o ambos tienen un trastorno de angustia, los hijos tendrán cinco veces más posibilidades de sufrirlo también en comparación con hijos de dos padres sin angustia. Desde el punto fisiológico, conocemos el efecto de hormonas como la adrenalina y el cortisol sobre el estrés. En el cerebro, la estructura que más tiene que ver con sentimientos «brutos» de miedo es la amígdala, mientras que el lóbulo frontal del cerebro puede inhibir hasta cierto grado la actividad de aquella estructura, o sea, tener un efecto tranquilizador. Parece que el neurotransmisor llamado serotonina juega un papel importante en este trastorno. Por lo que se refiere a la alimentación, ya sabemos que el alcohol, la cafeína y el azúcar pueden empeorar la angustia, mientras que existen algunos alimentos como las nueces, el salmón y algunas frutas y vegetales que parecen traer beneficios.

En cuanto a los factores de índole sicológica, cabe señalar que la mayor causa de angustia viene de las creencias o percepciones de una persona ante posibles peligros o amenazas. Obviamente, no todos percibimos posibles peligros de la misma forma, ni tampoco coincidimos en lo que representa un peligro. Por ejemplo, algunas personas pueden temer a los perros e incluso angustiarse con solo pensar en ellos, mientras que otras personas aman a los perros y disfrutan de su presencia. Esas creencias y percepciones son propias de cada uno y dependen de su historial de vida y de experiencias más o menos positivas o, por el contrario, traumáticas. Muchas veces los traumas de la infancia siguen influyendo en la angustia de los adultos. La angustia puede también provenir de la falta de recursos o competencias de una persona (o sea, de un sentimiento de impotencia) ante desafíos o problemas. Un turista que va a México por primera vez y se pierde en una ciudad sin hablar nada de español tiene más probabilidades de angustiarse que otro que ya conoce esa ciudad y domina bien el idioma. Una persona dotada para los estudios probablemente va a preocuparse menos por los exámenes que otra que tiene algunas dificultades. Además, la angustia puede depender de la percepción (ya sea realista o no) de la gravedad de un problema: arriesgarse a perder una partida de un videojuego no es igual que temer perder el propio trabajo. La personalidad desempeña igualmente cierto papel en la manifestación de la angustia. Una persona introvertida no expresará su angustia de la misma forma que una persona extrovertida. Por añadidura, el trastorno de angustia resulta más frecuente entre las personas que ya sufren ciertos tipos de problemas de salud mental, tales como la depresión, el autismo, el trastorno bipolar o una drogadicción.

Por último, vienen las causas de angustia provocadas por el entorno de una persona. Esas causas pueden ser más o menos perdurables según el caso, y también varía el grado de «control» que una persona tiene (o cree tener) sobre los aspectos del entorno. La persona que les teme a las multitudes seguramente va a estar más relajada si vive en un pueblo que si vive en una ciudad gigantesca. Algunas veces la angustia depende de coyunturas políticas o sociales o de desastres naturales, tales como las crisis económicas, las guerras, las inundaciones, los terremotos, etc. Tales infortunios pueden resultar traumáticos para ciertas personas, sobre todo en la niñez. Otras circunstancias adversas pueden desencadenar cierta angustia: pensemos en la pobreza, una enfermedad impredecible como el cáncer, una convivencia difícil con el propio jefe, compañeros de trabajo o de piso o vecinos, el fallecimiento de un ser querido, un divorcio, el aislamiento social, cambios tan rápidos en el entorno que una persona no tiene suficiente tiempo para procesarlos, etc. Si bien esos problemas le resultarían incómodos a cualquiera, quienes tienen un trastorno de angustia se verán afectadas en mayor medida.

Los tratamientos del trastorno de angustia

En primer lugar, las personas que lidian con la angustia no están condenadas a sufrir sin remedio alguno. De hecho, hoy en día existen terapias que han dado resultados alentadores (Barnhill, 2023; Cean Psiquiatras, 2025; Hébert, 2020; OMS, 2023; Ruiz Mitjana, 2019). También hay trucos que cada uno puede aplicar a su estilo de vida para tranquilizarse y relajarse cuando le pasa una crisis de angustia. Veamos.

Los científicos han puesto a punto ciertos medicamentos que producen efectos tranquilizadores. Se trata sobre todo de dos clases de remedios: los antidepresivos y los ansiolíticos. Es preciso dirigirse a un médico para que nos los recete si llega el caso. El tipo y la dosis de esos medicamentos pueden variar para distintas personas. Sin embargo, cabe andar con mucho cuidado y atenerse a las consignas del médico y del farmacéutico porque algunos de esos medicamentos vienen con efectos secundarios y pueden causar una adicción si se toman con exceso. Al respecto, no se deberían tomar productos «naturales» o de «medicina alternativa» sin el permiso del médico.

En segundo lugar, algunas terapias sicológicas son recomendables y suelen combinarse con los medicamentos. Dos de ellas se destacan por su eficacia: la terapia cognitivo-conductual y la terapia de exposición.

La terapia cognitivo-conductual descansa en la idea de que buena parte de los trastornos de las emociones y del comportamiento se originan en creencias o razonamientos irracionales o distorsionados, algunas veces casi inconscientes. El terapeuta se esforzará por modificarlos en los pacientes tratando de dejar en claro que no se ajustan a la realidad o no son percepciones o valoraciones realistas de los riesgos. La meta es la de formar y fortalecer nuevos hábitos de pensamiento más saludables y menos angustiantes. La terapia de exposición consiste en «acostumbrar» poco a poco a una persona a la presencia del objeto o de la situación que le generaba tanta angustia. Es un proceso de muchas etapas de creciente «dificultad» que puede durar bastante tiempo. Por ejemplo, una persona que les tiene fobia a las arañas podría empezar por leer textos sobre las arañas o ver dibujitos de arañas, y solamente al final del proceso tendrá que entrar en contacto con una araña de verdad.

En tercer lugar, cada uno tiene la posibilidad de realizar cambios en su vida diaria para hacerle frente a la angustia. De esta forma, puede resultar beneficioso mejorar la calidad del propio sueño. También se debería cuidar la alimentación, ya que ciertos alimentos y bebidas empeoran la angustia, tal como dijimos arriba. Los médicos nos recomiendan hacer ejercicios físicos o practicar algún deporte con frecuencia, lo cual alivia el malestar de muchas personas angustiadas. Algunos ejercicios enfocados en la relajación como el yoga, la «atención plena» (mindfulness) o la respiración lenta cobran especial relevancia. Además, hoy en día sabemos que las redes sociales tienden a generarles angustia a bastantes personas, sobre todo adolescentes, de modo que lo mejor es que cada uno limite su tiempo de presencia en ellas. Es muy recomendable también mejorar la calidad de las relaciones sociales que tenemos, o sea, tratar de estrechar vínculos con familiares, amigos y tal vez una pareja. De hecho, contar con una red de apoyo de la familia y de amigos es uno de los mejores remedios contra la angustia. Hasta una mascota podría traer beneficios. Además, no son nada desdeñables el humor, las risas y los chistes, ya que se sabe que mejoran el estado anímico de quienes están angustiados.

Antes de cerrar, cabe advertir que ciertas «estrategias» para luchar contra la angustia podrían parecer acertadas, pero en realidad resultan contraproducentes; por lo tanto, es importante hablarlo con un especialista. Por ejemplo, si bien es cierto que un pensamiento «catastrofista» genera angustia, no por eso se recomienda acudir a un pensamiento «positivo» mágico que no se ajuste a la realidad y a los problemas que sí existen. No deberíamos dar por sentado que todo nos va a salir bien con solo desearlo (con lo cual cabe desconfiar de algunos libros de autoayuda «espirituales»). Tampoco nos va a beneficiar huir constantemente de las fuentes que nos generan angustia. Semejante estrategia de evasión no nos permitirá nunca superar nuestra angustia: solo procura un alivio de breve duración.

Conclusión

Ahora conocemos más detalladamente en qué consiste el trastorno de angustia, de dónde proviene y qué se puede hacer al respecto. Solo queda por hacer algunas aclaraciones: cada persona es distinta, la angustia viene en varios grados y varias formas, y no todo lo que he dicho en este texto se puede aplicar a alguien, o sea que no se trata de querer «encasillar» a las personas a toda costa. Algunos tratamientos para el trastorno de angustia no les caerán igual de bien a una persona que a otra: puede ser que alguien necesite probar varias cosas.

Sea como fuere, yo quisiera terminar por un punto aún más importante: podría ser que este texto diera la impresión de que la angustia es algo «malo», una enemiga por derrotar. Y no es del todo cierto. Resulta perfectamente saludable tener cierto nivel de preocupación e incomodidad ante las amenazas y los riesgos que existen o se aproximan. Esa incomodidad suele actuar como una alarma que nos dispone a esforzarnos por arreglar estos problemas. Una persona sin angustia alguna se metería en graves líos al no ser consciente de los peligros de la vida o de las consecuencias de sus elecciones. Por eso, la meta no es la de «acabar» con la angustia, sino de aprender a manejarla con criterio y tenerla bajo control (Seidah y Geninet, 2020). No es preciso «ahogarse en un vaso de agua».

 

Bibliografía

 

*Estudiante de Español del curso Español 8
CEPE-Taxco, UNAM, Taxco, Guerrero (México)
Profesora: Itzel Sánchez

 

Fotografía de Yves Michaud (Río de otoño)


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