Muñecas de trapo
Jeffret Ordóñez González*
Los fríos dedos de Griselia tocaban las agujas filosas y metálicas; Griselia las hacía danzar para una muñeca crear. Utilizaba su misma ropa para coser sus muñecas y eso causó que Griselia se quedara sin ropa.
Griselia se encontraba en el balcón de su casa cosiendo otra muñeca. Sus padres entraron en una fuerte discusión que comenzó a las siete y no ha terminado. Así que Griselia se fue a su cuarto para agarrar su única compañía: hilo, ropa y aguja. No duró mucho en su cuarto para agarrar las cosas y se fue al balcón que está al frente de su casa. Ahí se sentó y acomodó a su lado sus materiales para coser. Mientras cosía, veía al cielo; era una noche con pocas estrellas.
Cuando metió la aguja en la muñeca para prepararla, escuchó un grito de frustración: eran sus padres. El gritó hizo que se pinchara el dedo. De él, una gota de sangre cayó a la muñeca. Griselia se limpió el dedo con tela y suspiró. Estaba harta de las peleas constantes. Cada vez que estaba ahí para defender a su madre o a su padre, alguno de los dos la utilizaba como trapo. Le decían cosas hirientes y se desquitaban con ella. Griselia era una niña pequeña con un corazón noble y puro, pero a la vez era una niña muy tímida y llena de delicadeza, era vulnerable e ilusa.
Los gritos empezaron otra vez. Griselia se encorvó y abrazó su casi terminada muñeca de trapo. Griselia estaba acostumbrada a los gritos, pero tenía temor de lo que pudiera pasar. Un día la policía llegó porque los vecinos la llamaron por los gritos desgarradores y llenos de rabia que salían de su casa. Otro día, Griselia vio cómo su padre le pegó a su madre; Griselia trató de defenderla, pero su madre solo le gritó; se desquitó con ella, la llevó a su cuarto, y su madre terminó regresando a la pelea que tenía con su padre. Otro día, que fue el día que marcó a Griselia, su padre llegó borracho, se había escapado a tomar para olvidar la pelea que tuvo con la madre de Griselia. Ese día Griselia se quedó despierta para esperarlo y, cuando su padre llegó, por su enojo y ganas de desquitarse con alguien, le dijo a Griselia que por su culpa cada noche soñaba con no haberla tenido, que así no se hubiera casado con su madre y que cada mañana que despierta, la misma pesadilla de verla ahí. Para su padre, ella era la unión forzada que lo ataba a su madre.
Esa misma noche llovió desde el cielo sin duelo, inundó la calle y dejó a Griselia en el suelo, donde su infortunio y calamidad la ahogaron en el gran pozo de soledad que se creó al frente de su casa por la lluvia.
A la mañana siguiente, Griselia, antes de salir de casa, agarró seis de las tantas muñecas de trapo que tenía y las metió en su mochila. Luego salió de su casa con la misma ropa de siempre. Hace tiempo que sus padres no le compran tela para coser, así que comenzó a utilizar su misma ropa para hacer sus muñecas. Usó sus sábanas, toallas, calcetines, fundas y cortinas. Sus padres nunca estuvieron preocupados por ella, así que nunca vieron la necesidad que Griselia tenía, pero a Griselia no le importaba; mientras que coser la distrajera de los gritos, estaba bien para ella.
Cuando Griselia entró a la escuela fue derecho a buscar a su grupo para darles las muñecas. Griselia conoció personas como ella en el pasado que ahora son sus amigos. Sus amigos le dijeron que tenían ciertos problemas en casa, así que Griselia les da muñecas de trapo, inservibles y sin uso, para que ellos las rompan, dejando su enojo en la muñeca de trapo. Algunos amigos dicen que hasta ellos mismos les dicen cosas antipáticas y desagradables a las muñecas y, después de eso, se sienten mejor.
—Hola, chicos, aquí están las muñecas—dijo Griselia mientras las tomaba y se las daba. Los chicos le agradecen y le dan las muñecas que antes Griselia les había dado. Una de las muñecas tenía la cabeza cortada, otra los brazos y, por último, otra muñeca que tenía el pecho desgarrado.
Griselia se quedó hablando con sus amigos hasta que la campana sonó. Así que se separaron para ir a clase. Griselia se fue con Sandra y los demás se fueron en tríos o en parejas. Sandra conocía todo de Griselia y, en muchas ocasiones, Sandra quería ayudarla, así como Griselia los ayudaba en darles muñecas desechables para el estrés.
—¿Y si se lo dices a la maestra?
—Ya hemos hablado de esto. Eso solo traería problemas a mis padres. Además, tengo fe en que esto algún día acabe—, dice Griselia con tristeza en sus palabras.
Sandra casi todos los días trata de animar a Griselia para que haga algo para parar su dolor y sufrimiento, antes de que sea muy tarde.
Griselia, aunque no lo quería decir en voz alta, había comenzado a tener bajas. A veces tenía pesadillas en las que a cada lugar que iba los gritos aparecían desde la penumbra; o a veces le costaba concentrarse en clase. Sufría de estrés, tenía ojeras porque sus padres no paraban de gritar hasta muy tarde y a veces el pelo se le caía. El pelo caído lo recolecta y lo colecciona para una muñeca especial que está haciendo para su madre. Ella y su madre son tan iguales, y cuando Griselia cose la muñeca especial para ella, siente que se está cosiendo a ella misma.
Cuando Griselia llegó a casa, se sintió extraña, como si hubiera visto pasar un crimen. Sintió que las paredes comenzaban a repetir los gritos y las peleas de sus padres. Griselia se alteró y corrió a su habitación, aventó la mochila, agarró la muñeca especial y los materiales que ocupaba. Se fue al balcón y comenzó a coser. Cosió y cosió hasta que se volvió a pinchar el mismo dedo de la otra vez. Griselia levantó su dedo y vio que estaba infectado. Ni siquiera ella se había preocupado por sí misma.
La puerta se abrió con ímpetu, haciendo a Griselia saltar. De la puerta, los mismos gritos que escuchó en las paredes se convirtieron en realidad.
Griselia bajó y vio cómo su padre salía de la casa. Le dijo a su madre que iba a ir a tomar. La madre de Griselia solo se quedó viendo a la puerta, sin decir nada.
—Mami, ¿todo está bien?
—Hola, teso…. Su madre se calló al verla. —Sí que te gustan esas ropas. Siempre las vistes, pero trata de vestir con más gracia, pareces una muñeca de trapo. Eres mi muñequita de trapo. Siempre vistiendo las mismas cosas viejas que parecen trapos.
—Mami, ¿y esta vez qué pasó? —preguntó Griselia.
—Fuimos a comer tu padre y yo, pero lo mismo de siempre: si no es el dinero, es la casa; si no es la casa, es su trabajo o el mío. Y también es que él y yo no nos… —Su madre se calló, no quería seguir hablando—. Amor, me iré a dormir. Hoy no quiero pelear con tu padre. La madre de Griselia se fue a su habitación y dejó a la niña en su pesar y en su desdicha, otra vez. Su madre ni se tomó el tiempo de saber que Griselia no había comido ese día.
Esa noche opacó la desdicha de Griselia. Se preparó para ir a la cama, pero antes se fue al baño para lavarse los dientes. En el espejo del baño, Griselia vio sus ojeras largas, su cuerpo muy delgado y espacios calvos en su cabeza. Griselia no le tomó importancia, al igual que su dedo infectado. Solo dejó que esos defectos embriagaran su ser para así tener una excusa para renacer. Se acostó en su cama, era viernes, mañana no tendría clases. Esa noche soñó con gritos y tormentos, como una lluvia con relámpagos y rayos en el cielo.
A la mañana siguiente, Griselia se levantó tarde. Eran las doce, así que bajó a desayunar, pero antes de bajar, escuchó otra discusión de sus padres, pero esa era diferente. —¡¿Y qué quieres que haga?! ¡Ya está aquí! —gritó su madre.
—¡¡¡La única persona que me roba la felicidad es ella, si no fuera por ella, no estarías aquí!!!—gritó su padre.
—¡¡¡¿Y crees que yo estoy feliz? Me arruinó la figura. Es otra boca más que mantener, pero tu bolsillo no le da ni para eso!!!
—¡¡¡Otra vez con eso!!!—, gritó con rabia y empujo la silla que estaba a su lado. —¡No es mi culpa que gastes demasiado!
—¡A ti nada te gusta. Tienes una hija, deberías regalarle flores y jugar con ella!
—¡¡¡Lo haría, pero se parece tanto a ti. Cada que la miro veo la cara de la persona con la que me comprometí en sagrado matrimonio cuando ni te amaba!!!
Los gritos empeoraron. A Griselia le dio un ataque y se fue a su cuarto.
—Nada de esto está pasando— se dijo a sí misma, y buscó su ropa, hilo y aguja para coser, pero no encontró nada.
Se sentía extraña, no estaban donde siempre deberían de estar. No había ni aguja ni hilo, de hecho no había ninguna muñeca de las miles que había cosido. Por milagro encontró el hilo y, cuando lo agarró, sorpresa fue lo que reflejó su cara. Tenía miedo, su mano ya no tenía dedos. Con su otra mano, iba a agarrar la mano que no tenía dedos, pero se dio cuenta de que ya no tenía dedos tampoco esa mano, ya no tenía forma de tomar situaciones. Iba a gritar, pero su sorpresa fue que ya no tenía boca, ya no podía expresarse. Griselia se enjorobó en su abismo de ruina, estaba llorando. Quería gritar, pero cada vez que lo intentaba, era quemarse por dentro, viva, dejando todas sus entrañas quemarse en agonía.
Quería correr, pero sus piernas se cayeron al suelo. Ya no tenía piernas para correr. Un dolor como fuego hecho de polvo de estrellas quemó su ser por dentro. Se encorvó en su miseria otra vez, mientras saltaba a la puerta con su cuerpo, pareciendo un gusano. Estaba asustada. Sin embargo, al poco tiempo, su corazón dejó de latir. Al día siguiente su madre entró al cuarto para ver a su hija, Griselia. No obstante, cuando entró, vio una muñequita de trapo tirada casi al lado de la puerta. Su madre se agachó y la agarró. La muñeca olía como el shampoo de su hija, tenía ropa como su hija. Pero en el pecho tenía un corazón bordado. Era un corazón particular. Tenía huecos. Su madre se quedó a contemplarla.
—¡¡¡¿La encontraste ¿O tampoco puedes hacer eso?!!!— gritó su padre desde abajo; estaba borracho.
Su madre, por la rabia que eso le dio, apachurró la muñeca y la llevó con ella, para buscar a su hija.
Fin.
*Estudiante de Estados Unidos de Oregon High School
Participante del National Student Writing Contest
Relato ganador en la categoría "Ficción"
Imagen: freepik.es
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