Conociendo mi ciudad a través de alguien que ama a México
Yoalli Trejo Torres*
Fue un sábado de abril. Mi grupo de salidas en bicicleta, formado solo por mujeres, se dispuso a realizar una rodada más larga de lo habitual: llegar a un ferrocarril. Yo, siempre con ganas y mucha actitud, pero sin bicicleta, agradecí que me prestaran a “la Carlota” una vez más, a la compañera inseparable de una de las chicas. Ella, una pelirroja colombiana que lleva a México en su corazón y en esta ocasión a mí, me llevaría a conocer un lugar que jamás imaginé que pudiera existir en mi ciudad. Antes de empezar, debo aclarar que no es mi primera rodada. La primera vez fuimos al Desierto de los Leones, mi primera vez en “La Carlota”, la cual es perfecta, una bicicleta de montaña color blanco. Pero yo no soy tan hábil para “jugar” con las velocidades y debo confesar que fue un trayecto difícil, casi “se me sale el corazón”. Hubo muchas subidas, ya sé lo que pensarán, cuando hay subidas significa que al regresar habrá bajadas, pero aun así fue difícil: el listón estaba muy alto. Sin embargo, eso no me iba a detener para experimentar una nueva aventura.
La meta, llegar a la ciclopista Ferrocarril de Cuernavaca. Empezamos con el primer reto, llegar a la avenida Revolución. En el primer tramo nos vimos expuestas al caos vial, coches que no respetan tu lugar en la calle, peatones que deciden caminar en tu carril designado o que simplemente parecen ser un obstáculo, porque salen tan inesperadamente frente a ti. También es importante cuidar a tus compañeras de ruta, pues al frenar inesperadamente puedes causar un accidente. Asimismo, debes avisar a las demás sobre baches y coladeras; desde este momento tu mentalidad debe cambiar, necesitas sobrevivir en un mundo donde parece que todos quieren tirarte de tu bicicleta. Una vez “desbloqueado este logro”, llegamos intactas al inicio de la ciclopista, con algunas mentadas de madre encima, pero felices por haberlo logrado.
En este punto, tu mentalidad vuelve a cambiar, ahora no intentas sobrevivir al caos de la ciudad, en este momento debes simplemente disfrutar, debes admirar la naturaleza, las casas de la izquierda, las casas a la derecha y, por qué no, admirar a las mascotas que sacan a sus dueños a pasear. Es bello, es diferente, una comunidad dividida pero a la vez unida por una ciclopista. Avanzamos con tranquilidad. Las piernas no se percatan de que están subiendo hacia el Ajusco, pero lo bueno tuvo una vigencia muy corta: entramos otra vez al caos, pero a uno distinto; me atrevo a decir que fue peor, una completa paradoja. Al avanzar nos dimos cuenta de la existencia de un tianguis, el “Tianguis ciclopista”, el cual evitó que siguiéramos la ruta en bici, ya que bloquearon la ciclopista obligándonos a bajar de las bicicletas.
Hicimos una maratónica caminata con un alto grado de dificultad, ya que avanzamos intentando no golpear ni a la gente ni los puestos con las bicis. Por desgracia mis compañeras chocaron contra alguien, terminaron peleando con varios señores, unos barbajanes, pero supongo que es parte de la experiencia. “Encontramos la luz al final del túnel”. Libertad. Recuperamos la ciclopista; en este momento nada podría detenernos y nuestra misión era clara: llegar hasta las quesadillas de chicharrón prensado y el panqué de queso. Bueno, mejor dicho, esa era la motivación para seguir. Nuestra misión era llegar hasta el ferrocarril.
Llegamos al primer mirador. Aquí el aire se siente muy diferente, tú mismo te sientes diferente, al mirar hacia abajo observas tu ciudad; es increíble lo que tus piernas acaban de lograr. Trasladarse tan lejos de tu casa, llegar muy alto. En este punto, volvimos a disfrutar del paisaje, pero ahora la imagen era muy diferente, ya no había casas, ni personas con sus mascotas, había aire fresco, sol en todo su esplendor, cultivos, un granero, incluso varios burros y caballos.
Mis compañeras de aventura me informan que estamos muy cerca del Ferrocarril, pero necesitaban un descanso, tomar agua y comer unos snacks, lo cual me pareció muy apropiado, pues he de confesar que varios kilómetros atrás el cansancio me estaba venciendo, pero mi orgullo me mantenía pedaleando. Bajo la sombra de un árbol disfrutamos del clima y la comida. Después continuamos hasta llegar al hermoso ferrocarril. Lo logramos, sorteamos todos los obstáculos, los coches, los peatones, el desgaste físico y mental. Pero sobre todas las cosas, ese día fue genial, ese día una mujer que ama México, sin haber nacido aquí, me mostró un lado de la ciudad desconocido para mí, me compartió ese México que tanto ama. Ella no vio obstáculos, vio una experiencia completa, muy realista y con muchos contrastes. Siempre estaré agradecida con ella por darme esta maravillosa perspectiva de mi ciudad.
*Estudiante de México del curso Pedaléalee: letras en bicicleta
Profesor: Eliff Lara
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México
Foto: freepik.es
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