Makhmál(1)
Mohammad Ebrahimsiavoshi*
Era una mañana fría, de esas en las que el sol apenas logra atravesar las densas nubes grises del norte. Khadijeh despertó con el llamado del muecín resonando en sus oídos. El eco de un sueño persistía: el llanto de Shahla, su pequeña hija, como un susurro lejano y desgarrador. Habían pasado cuarenta y dos días desde su muerte, pero la sombra de la tragedia seguía anclada en aquella casa, inmóvil, pesada como el mismo aire.
Ali dormía a su lado, pero su sueño no era más que una huida sin descanso. Khadijeh, con manos temblorosas, se cubrió con su chador (2) y se acercó a la ventana. La humedad de la mañana se filtraba por las rendijas de la madera. En el rincón del patio distinguió la figura de Makhmál, la vaca que era su única esperanza, su último refugio. Sonrió con amargura. “Todavía nos queda algo”, pensó. Con pasos cautelosos salió al patio, sosteniendo el balde de leche en una mano. Pero al acercarse, un silencio extraño lo envolvió todo. Makhmál no se movía. Entonces lo vio: un leopardo, majestuoso y letal, se erguía sobre el cuerpo del animal. Sus ojos amarillos, fríos como la muerte misma, se clavaron en los de Khadijeh. Su mirada no era de amenaza, sino de una extraña serenidad, como si comprendiera el peso de lo que ocurría.
“¡Ali!” murmuró, pero su voz apenas se escuchó. Retrocedió hacia la casa mientras su corazón latía desbocado. Ali despertó al escuchar su nombre. Tomó su rifle y salió al patio con determinación. Khadijeh se quedó en el umbral de la puerta, incapaz de moverse, rezando en silencio por algo que ni ella misma entendía.
El disparo rompió la calma. El leopardo, con un salto ágil, se desvaneció en la oscuridad. Pero no parecía huir por miedo; su partida era casi solemne, como si la tragedia que había dejado detrás lo hubiera saciado.
Ali se acercó al cuerpo inmóvil de Makhmál. Sus manos temblorosas acariciaron la cabeza de la vaca mientras murmuraba: “Makhmál... mi hija querida...”
Khadijeh salió con pasos inseguros. Al ver la escena, su garganta se quebró. Se arrodilló junto a Ali, pero no lloró. Las lágrimas, secas por el peso de tantas pérdidas, habían dado paso a un vacío más profundo. Cuando llegó la noche, ambos permanecieron en silencio, cada uno en un rincón de la habitación.
La casa, que antaño había conocido risas, ahora era solo un testigo mudo de su desdicha. Afuera el viento susurraba entre las hojas secas, un recordatorio de que la naturaleza sigue su curso, indiferente al dolor humano.
La mañana siguiente llegó, igual que todas las demás, sin promesas ni respuestas. En el patio, la tierra aún estaba fresca donde Ali había enterrado a Makhmál. Khadijeh y Ali, atrapados en un ciclo interminable de pérdidas, esperaban. ¿Qué? Ni ellos mismos lo sabían.
(1) Terciopelo, en persa
(2) Una prenda de calle femenina típicamente iraní que se coloca sobre la cabeza y cubre todo el cuerpo, salvo la cara.
*Participante de Hablando y escribiendo en español en Irán: concurso de relatos breves 2024
Instituto de Lengua Española Alborz (Irán)
Instituto Cervantes de Ammán
Embajada de México en Irán
CEPE-UNAM, Ciudad de México
Imagen: evening_tao / freepik.es
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