La lagardilla
Chiara Carcano*
La lagardilla es un animal pequeño, pero de gran interés para los biólogos evolutivos, ya que esta criatura ingeniosa puede adaptarse a entornos de características muy diferentes. Su nombre, lagardilla, refleja esta adaptabilidad extrema integrando los nombres de dos animales muy distintos: la ardilla y la lagartija. A pesar de que nadie, hasta hora, puede explicar cómo y cuándo un mamífero se integró tan bien con un reptil, hay una leyenda norteamericana que nos cuenta del origen de esta curiosidad zoológica.
Hace mucho tiempo, una ardilla muy floja se encontró sin ganas de recuperar sus nueces escondidas en el suelo congelado. Era invierno, un invierno muy frío. Las ramas de los árboles, blanqueados por la nieve, crujían, listas para romperse al más ligero movimiento.
Sobre una de esas ramas estaba la flojita, con un gran deseo de mordisquear algo, pero poquísima voluntad de desenredar su cola y enfrentar el viento helado para buscar comida. Inmóvil, bajo su pelaje caliente, ¡tan solo pensar en una actividad le causaba fatiga y asco, también! En toda su breve vida ella había observado con inquietud a sus símiles monomaniacos que localizaban, robaban, hallaban, escondían, movían y, al fin, buscaban otra vez la comida; sin un momento de descanso, salvo aquellos escasos intervalos para el apareamiento.
¡Qué aburrimiento! ¡Qué desperdicio colosal de energías! Además, ¿para qué?, ¿para guardar energías? La ironía infinita de esto no se le escapó a la flojita. ¡Incluso los humanos, que creen tener el cerebro más fino del reino animal, pueden vivir una vida entera pensando solo en comida! Desde los parques donde había vivido ella se maravilló, una y otra vez, de los mexicanos y chinos de California y de los italianos de Nueva York, a los que la misma actividad frenética parecía gustarles mucho.
Por otra parte, ¡miren a la afortunada lagartija, que puede bajar o subir su propio termómetro, dependiendo del clima del entorno o de la abundancia de comida! Además, ¡qué padre si fuera posible calentarse, sin un solo pensamiento o ansiedad, sobre una bella rama y por horas!
Mientras nuestra ardillita estaba perdida en estos profundos pensamientos, su temperatura, en aquel invierno despiadado, empezó a bajar. Dicen que no fue el frío intenso alrededor de su cuerpo pequeño, sino su grandísimo deseo de volverse una lagartija floja, lo que cambió su sangre de caliente a fría y aplacó su hambre. Al día siguiente, un sol tibio brillaba en el cielo y sus rayos alegres despertaron el cuerpecito, calentándolo. Aunque la ardillita no había comido nada el día anterior, se sentía llena de vida, fuerte como un león y lista para un desayuno magistral y un almuerzo grandioso.
De verdad, la ciencia todavía no comprende cómo un animal, según los entornos, pueda ser ambos: de sangre fría y caliente. Mas hoy ya se puede bien comprobar que la lagardilla está dotada de un deslumbrante vigor reproductivo, que es a donde van todas las energías ahorradas. Este aumento de la fertilidad es, sin duda, la razón por la cual la lagardilla pudo evolucionar rápidamente en una nueva especie tan exitosa.
Moraleja: tal vez, también, “la ociosidad es la madre de nuevas creaciones”.
Imágenes de la autora
*Estudiante de Italia/Estados Unidos del curso Español 4.
CEPE-Taxco, UNAM, Taxco, Guerrero, México.
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