Sirenas trasnacionales
Adriana Salazar*
Escuché un ruido y me apresuré a apagar la luz y a esconderme detrás de la puerta. Traté de ver entre las cortinas de la sala quién llamaba a la puerta; seguro era un vendedor americano o el señor de mantenimiento de la colonia o algún vecino. Quien fuera, no pensaba abrir, qué miedo, me iban a hablar en inglés y ¿qué iba a hacer yo?, hasta de pensarlo estoy sudando frío otra vez, mejor me quedo quietecita y me espero a que se vaya para seguir cocinando.
Recuerdo cuando en mi casa, con mis hermanas, jugábamos así a escondernos y mi mamá nos regañaba porque nos metíamos por todas partes. ¿Ahora cómo estarán? ¿Qué estarán haciendo? ¿Cómo estará mi mamá? Al rato le marco, nada más con que se vaya esta persona para poderme ir a la cocina y seguir haciendo la comida, pero parece que nunca se irá. Vaya, a mis 32 años nunca pensé que estaría escondiéndome de alguien por miedo a responder unas preguntas; ¿quién me viera?, si a mí me encanta hablar con las personas, conocer gente nueva, hacer amigos y, ahora, heme aquí de cuclillas sin poder abrir siquiera la puerta de mi propia casa. Nunca imaginé que serían tantas las situaciones ridículas en las que me pondría solo por venirme al gabacho, pero pues, ¿qué podía hacer?, si aquí está el trabajo de Humberto y todos sabemos que es primer mundo y todas esas cosas. Sí, yo aquí escondida atrás de la puerta en un primer mundo, vaya situación. Ni en mi país hacía eso, y aquí hasta salir a caminar me atemoriza por el hecho de que me hablen y yo no les entienda o no sepa qué contestar, y es raro porque yo estudié inglés en la prepa y en la universidad, pero parece que llegas aquí y es otro inglés.
Bueno, ¿qué esta persona no se va a ir o qué? Parece que es algo importante, pero es que en verdad no quiero salir. ¿Cuánto durará esto? Me refiero a sentirme así, yo pensé que sería una aventura más como las que he tenido hasta ahora donde todo suma, pero ahora es diferente, al contrario, me siento más pequeña cada día, a la mejor es parte del proceso de adaptación, donde uno tiene que sentirse tonto y luego vas agarrando fuerza. Yo veo a las demás mujeres inmigrantes de mis clases de inglés con diferentes posturas, algunas ya muy adaptadas, y otras decaídas y sin encontrar su lugar. Es triste, porque Laura tenía mucha ilusión de formar una familia con el tonto ese, se vinieron por el trabajo de él y ahora ella, después de descubrir que la engañaba, se tuvo que regresar a empezar de nuevo. Otra vez ella, otra vez a adaptarse y a buscarle, cuando él no ha tenido que mover nada, todo ha seguido igual en su vida. Recuerdo cuando la vi por última vez diciéndome que me motivara, que estábamos en un mejor lugar y mira por lo que estaba pasando. No sé, me dolió mucho enterarme de eso, pero por otro lado sentí una leve envidia cuando leí su mensaje diciéndome: me regreso a México la próxima semana. En fin, ahora que lo pienso son puras mujeres las de mi clase, somos puras sirenas que dejamos nuestro mar para venirnos a “tierra firme”.
No me gustan esos cuentos, ¡pero ah, cómo se acomoda a nuestra realidad! Estamos aquí por nuestras parejas, tenemos que aprender de cierto modo todo desde cero, hasta a hablar. Además, debemos sentir un agradecimiento eterno por estar aquí porque según el discurso y las estadísticas, aquí es mejor y somos privilegiados, cuando la realidad es que son muchas las cosas que se dejan detrás y que son igual de importantes, así como dificultades y crisis de las que no se hablan y que se viven día con día en soledad, como yo en este momento, por ejemplo. Seguramente le voy a contar a Humberto este gran episodio de mi día aquí en la puerta: yo, la señorita Licenciada, escondida de quién sabe quién y de quién sabe qué. Hasta yo me sorprendo de mí misma, no sabía que podría llegar a sentir estas inseguridades de mí y, sobre todo, a estas alturas del partido, cuando creí haber madurado lo suficiente como para dejarles estos miedos a los adolescentes que aún siguen en formación y que hasta presentarse en clase les da pavor.
Ya no siento mis piernas. ¿Por qué esta persona sigue tocando?, ¿será que abro? Pues bueno, si me voy a ver estúpida, que sea ya y rápido, que se me va a quemar la comida, porque ahora ya hasta lonches hago. No me gusta tanto cocinar, pero mi mar donde andaba como pez en el agua se quedó allá, y ahora tengo que entrarle a esto mientras veo qué pasa conmigo. Bueno, aquí voy. ¡Ah, mira, ya se fue! Bueno, de otra más que me salvo. Ahora, a terminar, porque siguen la ropa y los cuartos.
Imagen de la autora
*Estudiante de México del Taller literario de Voces Femeninas: identidades, maternidades y violencias.
UNAM-Canadá
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