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Nuestro santo patrón

JR Rymut*

NUestro santo patrónObviamente, me encanta el Metro, la joya de la ciudad. Desde aquí mi placer disminuye. Lamentablemente, me gusta la idea del Metrobús más que un proyecto lento y lleno de gente, pero me aferro a este concepto del futuro del transporte público: que los carriles de coches privados se convertirán en espacio solo para autobuses.

         Ambos sistemas tienen una ventaja para una extranjera confundida: que están confinados en unas vías, literal o metafóricamente. Cada vez que me subo, estoy segura de a dónde van. No es el caso con los camiones normales, mis menos favoritos. A pesar de emparejar los colores, números y nombres de los letreros con la información de mis mapas en línea, nunca llego a donde quiero ir.  Entonces, uno pensaría que yo odio los microbuses, los más caóticos de todos. Lo opuesto es cierto. Viviré y moriré en el microbús.

         Es difícil describir el microbús y hacerle justicia. Como para coincidir con mi experiencia surrealista de la vida diaria en México, mis algoritmos en línea comenzaron a mostrarme videos igualmente extraños. Un día, atrapada en el tráfico dentro del microbús, vi un video de un chico montando un cerdo galopante. El chico llevaba un casco de moto. El cerdo, por razones desconocidas, llevaba pantalones cortos Adidas. Esto, yo pensé, así es viajar en el microbús. A menudo deseo tener un casco integral.

       El microbús es un torbellino de sensaciones. Pero, además de la velocidad, el ruido o el peligro, lo que más noté fueron los Garfields. Garfields por todas partes. Figuritas de plástico, peluches y pegatinas. Todos ellos rotos, descoloridos, asquerosos y sin licencia de Jim Davis. En mi celular he catalogado 37 fotos de 56 Garfields, incluido algunas de Odie y la novia gata cuyo nombre no recuerdo.

       ¿Por qué Garfield? No tengo ni idea. No entiendo por qué el antihéroe de una tira cómica tan irrelevante (que justamente ahora busqué en WordReference.com la frase “out-of-print” antes de que descubriera que no lo está) se convirtió en la mascota del microbús. Tal vez su pereza combine bien con la actitud generalmente laxa hacia la seguridad.  Una vez, por ejemplo, me senté a la deriva de la puerta abierta, cuando me di cuenta de que el poste, lo único que me impedía caerme hacia mi muerte, estaba pegado simplemente con cinta adhesiva.

       He visto muchas reparaciones hechas con cinta adhesiva. En otro microbús, el botón para solicitar parada estaba roto. En lugar de eso, un viejo pollo chillón de hule fue pegado con cinta por el cuello a uno de los postes. Este pollo chillón también estaba roto y era mudo, pero afortunadamente había otro más nuevo pegado justo al lado.

         Cada día, el microbús ha sido una experiencia desconcertante y no lo cambiaría por nada. De vez en cuando, me subo a un microbús sombrío: sin personajes de dibujos animados, sin pegatinas ni decoraciones, sin música ensordecedora ni bocinas novedosas, y lo peor de todo, que respeta el límite de velocidad. En estas situaciones difíciles, hago la señal de la cruz y le pido protección a Garfield.

*Estudiante de Estados Unidos del curso Pedaléalee: Letras en bicicleta
 Profesor: Eliff Lara
 CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México

 

Foto: shutterstock.com


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