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La piel del cielo

Laura Díaz*

Florencia, la madre, con cinco hijos de edades entre diez y dos años, aproximadamente, vive con ellos en el campo y allí llevan una vida de total armonía con la naturaleza. Es una situación idealizada porque la madre está dedicada por completo a la educación de sus hijos y los cría con amor y respeto y sin ningún tipo de prejuicio. Los niños, especialmente los dos mayores, se van acostumbrando de forma natural a las actividades de la granja y cada día se interesan más en todas las manifestaciones de la naturaleza: los astros, las distancias, el horizonte, los animales, los árboles, etc.; "¿por qué, dónde…?". A todas las inquietudes infantiles, la madre responde de forma tal que sus respuestas los animan a asimilar ese conocimiento y a descubrir algo más, a plantearse dilemas.

El padre, de otra clase social, está ausente; viene de vez en cuando de visita y para los hijos no significa mucho; es una figura decorativa.

De repente, en esa idílica situación sucede algo tremendo para los niños: muere la madre. Y ellos son trasladados inmediatamente a la casa de la familia del padre, en la ciudad de México. Su desconcierto es grande; ahora se encuentran en medio de una sociedad con valores totalmente opuestos a los suyos. Es la sociedad postcolonial.

Aquí, hasta el ritmo de la narración cambia. Los niños se adaptan mal y, desde este momento, el relato les seguirá los pasos a los tres mayores, concentrándose muy especialmente en el mayor de todos: Lorenzo de Tena (no sé si este nombre corresponde a personaje real de la vida mexicana). Iniciado desde niño en la observación de los fenómenos físicos, el estudio de el cielo va a ser siempre su derrotero, su obsesión. Y así continúa durante su difícil adolescencia y juventud, marcadas por su actitud anárquica y contestataria, pero sin equivocar jamás su intención de lograr un país mejor mediante el desarrollo de la ciencia, para que eso redunde en el bienestar de los mexicanos.

Pasando por innumerables dificultades, compartiendo miseria y hambre con los más desfavorecidos, confrontando siempre al poder estatal en todos los niveles, Lorenzo llega a convertirse en astrónomo reconocido y apreciado por la comunidad científica internacional. Esto lo logra sin haber hecho los estudios reglamentarios; sólo por su experiencia, su trabajo y su tenacidad (¿tendrá que ver con su apellido Tena?). Y siempre con la esperanza recóndita de encontrarle un sentido a la muerte de Florencia, su madre. Su estudio de los cielos es una forma de unión/comunión con el paraíso que ella le evoca.

Por estar inmerso en su trabajo, ha descuidado su vida personal, como por ejemplo el hecho de casarse y formar una familia. Pero finalmente se enamora de una mujer nada convencional: Fausta conjuga en sí misma los valores del terruño mexicano (esa parte primitiva y mítica de México, esa sabiduría antigua), de la total identificación con la naturaleza (también fascinación por la astronomía), de la cultura universal, de los adelantos tecnológicos: computación, globalización; y, más que nada, su mente abierta a aceptar todo lo que pueda ser aprovechable para mejorar la realidad: no tiene prejuicios. Es libre.

Lorenzo toma la decisión de unirse a ella, más que todo porque vislumbra en esa unión su reconexión tan ansiada con Florencia, o sea con el mundo de su infancia que le fue arrebatado: "… no era demasiado tarde para tener hijos, una hija a la que llamaría Florencia." p. 472. Pero como Fausta no es de ese mundo paradisíaco, sino que es más terrena, material, ella desaparece; Lorenzo queda en estado de total consternación y aquí es el momento de recordar las palabras de su madre: "…que las especies todas, …se cruzan para no morirse." p. 16*

            Lorenzo de Tena expresa, en su vivir, un México ideal que se aferra a las grandezas del pasado, esperando que esta herencia será fundamental para conformar  la gran nación moderna y competitiva que sus hijos anhelan. Pero vemos que Fausta, Norman² y otros, que representan una visión más integral porque, sin carecer de esa identificación y admiración por el pasado mexicano, que son la obsesión de Lorenzo de Tena, aportan todo lo que ofrece el mundo evolucionado para lograr esa conjugación del pasado con el presente, en beneficio del México de hoy. Esto no llega a darse en el libro de Elena Poniatowska, pero sí nos presenta su visión esclarecida del camino que falta por hacer.

Lo anterior se revela en el título La piel del cielo, metáfora en la que "el cielo" (felicidad, progreso, éxito, etc.), sólo logra alcanzarse a través de algo que tiene una "piel", es decir que implica contacto, percepción, placer y marca la frontera que une o separa, porque envuelve algo (el cielo). Y que, al mismo tiempo, puede revelar o impedir el camino al "cielo".

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1Poniatowska, Elena,  La piel del cielo, Premio Alfaguara de novela 2001, México.

²           Una acalorada discusión tiene lugar entre Lorenzo y Norman Lewis, astrónomo de Harvard, a propósito de los muralistas, cuando éste visita México y tiene ocasión de expresar su admiración "delirante" por el arte precortesiano. Le concede a Diego Rivera que "sabe su oficio pero es plano" y "panfletario", y a Orozco lo considera "grotesco, descriptivo, caricaturesco, estúpido, feo, simplista a morir" y que "ofende a un pueblo (los antiguos mexicanos) que conoció el pensamiento abstracto". Lorenzo responde con una exaltación de "el indio [que] fue hecho pedazos" pero Norman concluye que su amigo "está cayendo en el sentimentalismo [que] si es una liberación, es también un relajamiento de las emociones." pp. 409-412*.

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*Responsable de la biblioteca “Juan Rulfo”
UNAM-ESECA en Gatineau, Québec, Canadá
ladiaz@unameseca