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En torno al español hablado en México

Gonzalo Lara*

En torno al español hablado en México, de Ángel María Garibay ; estudio introductorio, selección y notas de Pilar Máynez Vidal. México: UNAM, Coordinación de Humanidades, 1997. (Biblioteca del estudiante universitario ; 124) 145 p.

Existe la teoría de que la lengua, en sus diferentes manifestaciones, jamás había sido utilizada de manera tan masiva como lo ha venido siendo en las últimas décadas, a partir de la ubicuidad de los medios electrónicos de telecomunicaciones como las redes de cómputo, las señales satelitales y de microondas, amén de la marea de publicidad que le acompaña y bombardea vía tele y prensa.

Así, la lengua, en este caso la española, muy llevada y muy traída, está al servicio de una multitud de usuarios, que ora la embellecen y realzan, ora la obscurecen o tergiversan. En este itinerario las palabras, las frases, sufren diversos cambios -de forma o de sentido- y hace falta, para saber lo que decimos y entendernos a nosotros mismos y a los otros, tener noticia de ellos. Para ello haría falta un monitor. La tarea es titánica.

Ángel María Garibay, verdadero dechado de erudición e ingenio, dedicó gran parte de su vida al estudio del México indígena, a sus lenguas, costumbres y textos, así como a los estudios bíblicos, filológicos, entre otros. Su obra es vasta y en ella encontramos trabajos dedicados al habla común y no tanto de los mexicanos.

Pilar Máynez Vidal ha reunido en un tomo exageradamente accesible (20 pesos en librerías de la UNAM, 10 con credencial) destacadas joyas del maestro Garibay, breves notas aparecidas ente los años 50 y 60 en diarios como El Universal, Excelsior y Novedades.

En esta colección de breves, doctos y agradables artículos, Máynez nos habla primero del trabajo lingüístico, evangelizador y filológico del padre Garibay, de su importante contribución a la filología hispánica y a la etnohistoria, para enseguida cederle la voz y dejarnos gustar de los amenos y mordaces comentarios del padre sobre giros y malversaciones de la lengua que se halla a cada paso en la prensa y otros medios, sobre modismos, neologismos y anglicismos y, además, sobre el tibio y remilgoso papel de la Real Academia de la Lengua Española ante las necesidades americanas de la lengua y las exigencias de adaptación y aceptación de las dinámicas sociedades hispanohablantes.

Garibay endereza etimologías que descubre se han sacado de la manga, aplaude cuando se calla sobre lo que se ignora y conmina a estudiar para dejar de ignorarlo. En sus comentarios acerca del uso de la lengua en México mantiene un tono tradicional, sin por ello despreciar la novedad, pues está consciente de la necesidad de renovación en el idioma; sólo pide que se ponga atención al cauce natural de la lengua cuando se trate de introducir vocablos o de adaptar construcciones sintácticas ajenas.

Los comentarios del padre Garibay en torno al uso de la lengua española sin duda gozan de sólidos fundamentos llenos de ingenio y agudeza y sería casi sacrílego tratar de corregirle la plana, sin embargo, algunas de sus conclusiones no dejan de ser debatibles o por lo menos de orillar a la reflexión acerca de su practicidad y uso generalizado.

Por ejemplo, se queja (p.29 ss) de que se desobedezca la sencilla regla de formación de plurales de la lengua española: s, es, ques, según el caso. Dice que debe respetarse incluso en los neologismos que se vayan acuñando. Pone por caso el (entonces en boga) satélite Sputnik. Está de acuerdo con la opinión de Martín Luis Guzmán, quien sugería que se dijera y escribiera Espunique, y que el plural fuera, claro, Espuniques. Para Garibay fue un acierto de Guzmán eliminar la t intermedia por ser “impronunciable para labios hispanos” (p.32). No deja de extrañar esta observación viniendo de uno de los más destacados etnógrafos y etnolingüistas mexicanos. Más o menos por la misma línea, el padre Garibay lamenta que el plural de Cuauhtémoc no se forme como lo pide la regla, Cuauhtemoques. Guiado por el afán de mantener las voces lo más cercanas a la morfología castiza, sugiere que Jeep se convierta en yip más la vocal que pide al final, o sea, yipe.

Hasta ahora, al menos así parece, nadie escribe espunique ni yipe, ni pluraliza el nombre propio referido (quizá porque dejó de circular la moneda a la que se conocía popularmente como Cuauhtémoc (de cincuenta centavos)), y si lo hace, difícilmente sigue esta sugerencia.

Estas aparentes incongruencias con el uso cotidiano (por lo menos el actual) se ven opacadas por los más de veinte artículos que reúne la obra, en los que asistimos a una sabrosa sobremesa con el maestro en torno, precisamente, al habla de los mexicanos.

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*Profesor de Español
CEPE-UNAM, México, D.F.
clemente@dgb.unam.mx