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El bosque mágico

Medina Zec-Nix*

El bosque mágicoÉrase una vez, en un país muy lejos del nuestro, una adolescente pelirroja con el nombre de Mérida.  Vivía con sus padres y sus dos hermanos menores cerca de una gran ciudad, en la frontera de un maravilloso bosque. Tenían una vida simple, pero muy feliz. Poseían una casa propia con un gran jardín y muchos animales que cuidaban, como gallinas, caballos, un perro y un gato y el mejor amigo de Mérida: su lobo Ohiteka.

Mérida tenía el gran don de poder hablar y entender a los animales, por eso se sentía siempre muy libre y feliz en la naturaleza porque sabía que ellos la aceptaban como era: independiente, directa, valiente y extrovertida. Algunos días, cuando no tenía que ayudar a sus padres en el campo, siempre montaba a caballo y se iba por el bosque. Ohiteka la acompañaba siempre. Juntos pasaban por donde había osos, pájaros, serpientes y muchos otros animales salvajes que los saludaban. También pasaban cerca del árbol más viejo del mundo, que les daba una sonrisa y por un campo de flores mágicas de un montón de diferentes colores que brillaban en el sol. Mérida montaba hasta que llegaban a un río verde que contenía el agua de vida en donde vivían peces, delfines y sirenas. Solía bajar de su caballo, acostarse en las hierbas y escuchar los sonidos del agua corriente y los animales. Era un mundo armónico y en paz.

Pero un día algo fue diferente. Lo sintió. Los sonidos de los animales y del río se mezclaron con algo que no conocía. ¿Ohiteka, puedes oír este ruido? ¿Sabes qué es?“ Ohiteka se quedó silencioso y puso su oreja al suelo. Después de unos segundos respondió: “Son algunos hombres al otro lado del bosque. Están ahí con unas grandes grúas y coches de construcción.” “¿Pero qué hacen aquí? Los ciudadanos saben exactamente que esta es nuestra tierra. Nos pertenece a nosotros y no tienen ningún permiso para venir aquí”, dijo Mérida con una voz muy furiosa y agresiva. “¡Vamos! ¡Quiero hablar con ellos y saber qué hacen aquí!”

Mérida montó en su caballo, Ohiteka la siguió hasta que llegaron a un gran espacio donde antes había árboles y vivían un montón de animales. Grandes  grúas y otros coches de construcción cavaron huecos en el suelo, había muchos trabajadores y un hombre que gritaba a los demás para darse prisa con la obra. Mérida, con ojos llenos de lágrimas, se acercó a este hombre muy furiosa y agresiva: “¿Qué hacen aquí? ¡No tienen ningún permiso para destruir esta tierra nuestra!”. Con gran confusión el hombre estuvo mirando a Mérida y a su lobo y un momento después empezó a reír: “¿Una niña quiere decirme lo que puedo  hacer? Es una gran broma, de verdad.” Ohiteka comenzó a enseñar los dientes y de repente el hombre se quedó callado. “Mira, niña, vamos a construir una gran fábrica para que tu familia y todos en la ciudad puedan tener un buen trabajo y puedan comprar ropa a muy buen precio.” “Me da igual”, gritó Mérida. “Esta es nuestra tierra y la están destruyendo. Es el…”. No pudo  terminar la frase porque estaba muy sorprendida por un papel que este hombre le enseñó. “¡No, no puede ser verdad!”, exclamó Mérida. “Sí, lo es. Es el documento oficial del alcalde que nos vendió esta tierra y por eso podemos hacer lo que queramos”.

Mérida, decepcionada y furiosa, se subió a su caballo y se fue llorando todo el camino hasta su casa. Ahí le contó lo que pasó a su familia y le pidió encontrar una solución para evitar la destrucción del bosque. “Sería una batalla en vano”, dijo su padre. “Nosotros no tenemos el dinero, ni el derecho de decidir qué pasa en este bosque. Somos gente sencilla. No hay otra solución más que aceptarlo y esperar que esta empresa nueva ofrezca una vida mejor para todos”. Pero Mérida no quería aceptarlo. “¡No, no puede ser que puedan hacer lo que quieran. ¡Voy a encontrar una solución con la ayuda de mis amigos!”.

Esa noche estuvo en vela. Se giró de un lado a otro en su cama y pensó cómo podía resolver este problema. De repente se levantó y susurró con una voz emocionada a Ohiteka, que estaba casi dormido en el suelo al lado de su cama: “Tengo una idea. ¡Vamos al bosque!” A medianoche montó su caballo y juntos se fueron al campo a ver a las flores mágicas. “Queridas flores, necesito su apoyo. Es muy urgente. Hay gente que quiere destruir nuestro bosque y yo quiero evitarlo. Por eso les pido: dadme unas de vuestras semillas.” De repente las flores empezaron a moverse de un lado a otro y en consecuencia cayeron miles de semillas enfrente de Mérida como polvo de oro. Las recogió en una gran bolsa hasta que la llenó a la mitad. Se despidió y cabalgó hasta el río de vida donde las sirenas estaban jugando con una pelota. “Queridas sirenas, queridos delfines y peces: necesito su apoyo para salvar nuestro bosque. ¿Pueden darme unas gotas del agua de vida?” preguntó Mérida. “Claro, te ayudamos con todo lo que sea posible”, respondió una sirena. Llenó una botella con el agua y se la dio a Mérida, quien dio las gracias. Montó de nuevo su caballo hasta que llegaron al árbol más viejo del mundo con el nombre de Drasil. “Querida Drasil, necesitamos tu apoyo. Hay gente que quiere destrozar el bosque y quiero evitarlo. ¿Podrías pedirles a los pájaros que viven en tus ramas que tomen una semilla de esta bolsa y la planten en el espacio vacío donde están las construcciones? ¿Después podrían tomar una gota del agua de vida y regarla?” Drasil empezó a mover sus ramas y al instante un ejército de pájaros se formó, cada uno tomó una semilla de la bolsa y una gota del agua y voló hacia el campo destruido. Mérida los siguió con Ohiteka. Cuando llegaron a la plaza su corazón estaba lleno de alegría. Todo el campo estaba lleno de flores mágicas que medían unos 10 metros. Gracias al agua, las semillas crecieron rápidamente en unos segundos. El ejército de pájaros transportó las grúas y todos los coches de construcción fuera del bosque, al otro lado de la ciudad. Ya empezaba a salir el sol y de lejos se podían oír las voces de los obreros. Llegaron a la plaza y se quedaron completamente sorprendidos. Enseguida intentaron destruir las flores, pero por cada una destruida crecían cien nuevas en segundos. Este espectáculo era muy gracioso de observar para Mérida y Ohiteka, que se rieron escondidos detrás de unos árboles. “¡Es una lucha en vano! Este bosque está embrujado. ¡Es mejor irse muy lejos de este lugar!”. Y con estas palabras los obreros desaparecieron y nunca jamás intentaron otros hombres de negocios construir algo en el bosque. Porque todos sabían que solamente les pertenecía a sus habitantes, que viven felices hasta el día de hoy.

*Estudiante de Alemania del curso Español 6

CEPE-Polanco, UNAM, Ciudad de México

Profesora: Mónica Juárez

Imagen: freepik.es (brgfx)


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