LA IXTABAY
Bernardo Barajas-Garrido
Carlos escuchaba de mala gana a su mujer que lo trataba de convencer de no ir a cazar esa noche; ya Don Ramón le había dicho que en las noches en que la luna se ve borrosa por las nubes, y el viento del norte deja de soplar para dar paso a su hermano, el viento del oeste, quien sopla sobre la selva y los pantanos para llegar hasta la mar y perderse en su inmensidad, la Ixtabay sale de dentro de las Ceibas en forma humana. Hay quien asegura que es la propia selva la que cobra forma de mujer para buscar hombres y llevárselos con ella. Pero Carlos nunca escuchaba, siempre hacía caso omiso de las leyendas de Mahahual, y creía que eran cuentos tontos que los pescadores de la zona inventaban, para asustar y mantener alejada a la gente que le gusta meterse a husmear al monte, pues según los lugareños hay muchas pirámides engullidas por la selva que guardan tesoros incalculables.
Esa noche estaba caliente, pues el viento del oeste soplaba el calor de la selva sobre la costa. Carlos terminaba de meter a su mochila un saquito con harina de maíz, un poco de fruta, agua y sus cigarros. Daniela trataba de esconderle su escopeta, pero en cada intento, sentía la mirada de reproche de su marido. Resignada, lo encomendó a todos los santos que se le ocurrieron, y ya lista para darle su propia bendición, trató de distraerlo haciéndole plática.
Le comenzó a preguntar por cosas del pasado, como si se acordara del día en que decidieron comprar el terreno en Mahahual, que para Carlos era un sitio muy importante, pues fue ahí donde, junto con sus amigos de la prepa, aprendió a bucear. Se acordaron del día en que su hermano y otros amigos se internaron en el monte, y de cómo otros que se quedaron en la costa los dieron por perdidos al ver que no regresaban, y de cómo movilizaron al ejército y a los marineros de Quintana Roo para buscarlos. Un recuerdo llevó a otro, hasta llegar al de su boda, luna de miel, y a su primer hijo, y Carlos recordó entonces que esa noche, pasare lo que pasare, se había prometido matar al lagarto que había atacado a su primer hijo. Su rostro se tornó sombrío, Daniela lo abrazó y ahogó su propio llanto en un temblor que apenas percibió Carlos, a quien se le habían tensado todos los músculos del cuerpo.
Unos ruidos en el cuarto cercano a la sala desprendieron a la pareja: eran las niñas que espiaban desde la puerta emparejada de su habitación, que se cerró rápidamente cuando Daniela alzó la vista nublada por las lágrimas.
No se despidieron. Carlos tomó su escopeta y salió de la casa. En el camino lo atajo Don Ramón, a quien Carlos respetaba enormemente. Había sido él quien le mostrara lo mejor de Mahahual, de hecho fue Don Ramón en su adolescencia quien, a brazo partido, junto con sus dos hermanos, abriera brecha a machetazos desde Belice hasta donde ahora está Mahahual.
Don Ramón no trató de convencerlo de nada, más bien parecía comprender su promesa de matar al lagarto, y que además la respetaba. Pero le insistió en que esa noche era muy peligrosa, pues la Ixtabay iba a rondar por la selva, y si se topaba con ella, se lo iba a llevar.
Carlos lo palmeó cariñosamente en la espalda diciéndole que no se preocupase, que no era como decían los del pueblo, no es que él no hiciese caso de las leyendas, sino que era un hombre de palabra. Y él ya le había prometido a su hijo que el próximo dos de noviembre, día de los santos difuntos, tomaría la vida de aquel lagarto al cual él, Carlos, le había cortado una pata, para sacar de entre sus fauces al hijo que jugaba en el manglar ajeno al acecho del lagarto que lo atacó dejándole heridas donde las vísceras quedaron de fuera. "Fue lo último que pude decirle antes de que muriera en la cama del hospital, Ramón" le dijo con voz cortada al viejo lobo de mar.
Don Ramón vio cómo poco a poco Carlos se internaba en el monte. Fue él quien lo viera por última vez y quien al día siguiente se internara con un grupo de cazadores para buscarlo. Lo único que encontraron fue el cadáver de un lagarto manco, muerto por varios disparos de escopeta.