Descubriendo una ciudad: un juego de lenguaje
Emanuel Huemer*
Mucho antes de que hubiéramos aterrizado en el aeropuerto, llegamos a territorio poblado. Habíamos dejado atrás el mar, las nubes, la tierra y los campos. A flor de tierra se asomaban edificios. Por lo lejos que estábamos todavía se veían chiquitos, como si fueran para hormigas. Por la ventana del avión eché un vistazo a una concentración de casitas en el suelo. Me parecían ficticias, como el ferrocarril miniatura que tiene mi amigo en el desván. Arbitrario, trataba de descubrir un esquema que resultaba de la colocación de las casitas, jardines, plazas, calles, campos y fábricas.
Nos acercábamos cada vez más a la tierra. La distancia que todavía manteníamos permitía una visión conjunta sobresaliente.
Hasta que aterrizamos, habría pasado media hora. Mientras sobrevolábamos la zona poblada me preocupaba por la cuestión de si la urbanización está construida más a base de reglas o de manera aleatoria. Si hubiera reglas, ¿cuáles serían?
Con el ocaso, el paisaje y el fondo mudaban a un mar de innumerables luces. Hasta el horizonte, la tierra estaba cubierta por millones de luces desordenadas. Una última vuelta y nos sumimos en el océano luminoso.
“Bienvenidos a la Ciudad de México”, nos dio la bienvenida el piloto.
“Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de un conjunto de barrios nuevos con calles rectas y regulares y con casas uniformes” (Wittgenstein, Investigaciones filosóficas I, p.18).
Me recogieron en el aeropuerto. Atravesamos toda la ciudad por el periférico y pasamos por Chimalistac, con sus casas y el monasterio carmelita colonial, las calzadas del siglo XVII y las villas de la época de oro del cine mexicano. Las casas en mi barrio son diferentes. No son uniformes, en el sentido de haber sido planificadas en una oficina de arquitectos. Al contrario, si hubiera un principio detrás de las construcciones, sería el de satisfacer las necesidades. Cada metro cuadrado tiene su determinación. Pero aquí ningún esteta ha ganado ni un centavo. Chapas onduladas, unas láminas cubren los techos como lonas. Los tanques de gas y los tinacos de Rotoplas destacan sobre los techos como la ropa colgada. La calle recorre un bulto de cables que enlazan los cruces y no puedes distinguirlos de los tendederos. Juntos cubren todo el barrio con una red. Como cada quien construye su mirador o su cuarto, cuando la necesita saca energía eléctrica de los cables.
Actualmente mi vecino está construyendo otro cuarto. Nuestra casa destaca por un piso más. ¡Perrón!
A menudo recorro las mismas calles en mi vecindad. Me ubico bien. Hago mis compras en la tienda, salgo con amigos, voy al CEPE. Mientras más paso por las mismas calles, más familiarizado me siento.
Todas las mañanas visito una parte muy antigua del lenguaje que voy descubriendo. Los textos que rezamos tienen más de 2200 años, expresan deseos profundos del alma del ser humano. Están traducidos en un español de España y con palabras muy extrañas, a veces engañosas o alienantes para un europeo.
¿No te agrada el holocausto? Además, estos Salmos son como todos los juegos de lenguaje religioso, bastante machista. ¡Oh, Señor!
A veces aprovecho para conocer nuevas calles y nuevos sitios. Caminando hacia el Zócalo paso por La casa de los azulejos, que muestra ornamentos otomanos provenientes de la influencia en esos tiempos. ¡Ojalá! (inshala, si dios quiere).
Cada piedra del Templo Mayor cuenta su historia. Sobre todo nos habla acerca de un mundo hundido. Donde hoy es la Ciudad de México, se hallaba un lago. La población expresó sus deberes, necesidades, su alegría, su preocupación, su cosmovisión y la verdad en náhuatl. El idioma, como la ciudad, está construido por otros principios. La ciudad constaba de chinampas y se transportaban en trajineras. No desaparecieron todas las chinampas, del mismo modo que todavía viven nahuas en Xochimilco que siguen sus tradiciones, sus usos y costumbres. Las ruinas dejaron su importancia como centro y manifestación de la cosmovisión. Así como los nuevos templos están erigido con el material de los templos antiguos, el español hablado en México mantiene palabras de las lenguas habladas antes de la conquista. Y no solo son topónimos. ¡Órale, Mexihco! Cosecha los elotes de la milpa y ásalos en el comal para que los vendas en el tianguis.
El Templo Mayor, las pirámides de Teotihuacán, de Palenque y de Monte Albán, me dejan con la boca abierta y provocan una pregunta, como en el poema de Berthold Brecht, cuando el obrero que lee pregunta: “¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?” En los libros aparecen los nombres de los reyes. Me pregunto quién erigió todo eso, quién construyó las pirámides, las parroquias, catedrales y todos los edificios que forman la ciudad, las calles, las plazas.
Fueron varones que edificaron construcciones para hombres que realizaron proyectos de señores todavía más poderosos. Nuestras ciudades son ideas de hombres planificadas y hechas por varones. ¿Quiénes han construido los idiomas en las sociedades patriarcales?
La metáfora de Wittgenstein provoca diversas imaginaciones. Por ejemplo, que una ciudad conste de reglas, la lógica de un idioma que no cambia fácilmente porque está condicionado por la lógica elemental. Y hay elementos de una ciudad que cambian fácilmente, como las casitas. Pero a veces también la gramática se modifica. Por ejemplo, el futuro de subjuntivo apareció tal como los acueductos romanos para abastecer a la población de agua, y otras formas han cobrado importancia como el futuro perifrástico a expensas del futuro. Ya no hay tranvía, pero sí Metro y Metrobús en la ciudad para llegar puntualmente.
En las ciudades satélite o dormitorios se siente muy fuerte el crecimiento, tal como en el lenguaje de los jóvenes se genera un uso creativo del idioma.
“Pues éstos son, por así decirlo, suburbios de nuestro lenguaje. — (¿Y con cuántas casas o calles comienza una ciudad a ser ciudad?” (Wittgenstein. Investigaciones filosóficas I p.18).
Me tocó vivir algunas semanas en Chiapas, en la zona Ch‘ol. La mayoría de la gente habla Ch‘ol. Todavía dice la gente que Ch‘ol es un dialecto en lugar de nombrarlo idioma. Lo bueno de la metáfora de Wittgenstein es que indica que no tiene sentido levantar categorías que hay que cumplir para ser ciudad/idioma.
Hay otra razón por la que me toca la metáfora de ciudad de Wittgenstein. El lenguaje nos alberga como ciudad y albergó también a los que nos enseñaron a usarlo. Ambos nos dan asilo, a veces en una forma incómoda. Y ambos nos engañan en su manera de ser patriarcal. "No cabe la vida justa en la vida falsa." (Theodor W. Adorno, Minima Moralia, p. 18).
Fuente de imagen: Chinampa, http://www.fao.org/americas/noticias/ver/es/c/1118852/
*Estudiante de Austria, curso de Literatura Mexicana Contemporánea.
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México
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