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Cuestionar la autoridad: La imperfección humana y la necesidad de escepticismo en Las batallas en el desierto

Richard Snowden*

Las batallas en el desierto

Desde la niñez, en cada cultura del mundo, la sociedad que nos rodea nos dice quiénes son las figuras de autoridad y nos presiona a obedecerlas. Por un lado, hay valor en respetar a las autoridades, ya que esta es una condición indispensable para tener orden y paz en una sociedad. Por otro lado, no obstante, desafortunadamente a veces es necesario considerar si las figuras de autoridad merecen nuestro respeto o no. Esta es precisamente la pregunta a la que nos enfrentan en Las batallas en el desierto, la novela corta de José Emilio Pacheco. Como el autor nos muestra con claridad a través de personajes clave, como seres humanos somos inherentemente imperfectos; por lo tanto, siempre es necesario mantener un escepticismo saludable y evaluar críticamente las acciones e ideas de otras personas, no importa su posición en el mundo.

Para la mayoría de las personas, las primeras y las más importantes figuras de autoridad en la vida son nuestros padres, y este es el caso, con el protagonista de esta historia, un niño que se llama Carlos. Como cualquier niño que se está acercando a la frontera de la pubertad, Carlos es ingenuo y está confundido de muchas maneras, incluyendo la esfera de lo romántico. Después de conocer a Mariana, la madre de su amigo de escuela, Jim, Carlos rápidamente se enamora de ella, y su reacción ilustra bien su ingenuidad. Una mañana, después de obtener permiso de su maestro para ir al baño, Carlos sale de la escuela en secreto para finalmente ver a Mariana a solas y confesarle su amor por ella. Por su parte, Mariana reacciona a esta confesión de Carlos con amabilidad y compasión, haciendo lo mejor que puede para suavizar el golpe de su rechazo. No obstante, la reacción de los padres de Carlos, particularmente su madre, es una cuestión completamente diferente.

El comportamiento de Carlos, como el de tantos otros niños en una situación similar, parece perfectamente inocente, y de hecho bastante natural. Sus padres, por contraste, perciben la situación de manera muy diferente. "Nunca pensé que fueras un monstruo. ¿Cuándo has visto aquí malos ejemplos? Dime que fue Héctor quien te indujo a esta barbaridad" (Pacheco, 41), exclama su madre, intentando inducir a Carlos a denunciar a su hermano mayor Héctor, que tiene cierta reputación por sus vicios. A pesar de las protestas de Carlos –"Oiga usted, mamá, no creo haber hecho algo tan malo, mamá"–, su madre persiste con una reacción exagerada: "Todavía tienes el cinismo de alegar que no has hecho nada malo. En cuanto se te baje la fiebre vas a confesarte y a comulgar para que Dios Nuestro Señor perdone tu pecado" (Pacheco, 41). Su padre, por su parte, responde al decir que "Este niño no es normal. En su cerebro hay algo que no funciona. Debe de ser el golpe que se dio a los seis meses cuando se nos cayó en la plaza Ajusco. Voy a llevarlo con un especialista" (Pacheco, 41).

 

Por supuesto, para muchas personas, otra importante fuente de autoridad en sus vidas es la iglesia. Por lo tanto, la madre de Carlos lo obliga a ver al sacerdote en la iglesia local, "adonde íbamos los domingos a oír misa, hice mi primera comunión y, gracias a mis primeros viernes, seguía acumulando indulgencias" (Pacheco, 43). Cuando se reúne con el padre Ferrán, el sacerdote bombardea a Carlos con una serie de preguntas bastantes raras. "En voz baja y un poco acezante el padre Ferrán me preguntó detalles: ¿Estaba desnuda? ¿Había un hombre en la casa? ¿Crees que antes de abrirte la puerta cometió un acto sucio? Y luego: ¿Has tenido malos tactos? ¿Has provocado derrame?" (Pacheco, 43). Desde luego, el joven Carlos está confundido por algunas de las preguntas del padre Ferrán. Aún más raro, para responder a la confusión de Carlos, el sacerdote "[le] dio una explicación muy amplia. Luego se arrepintió, cayó en cuenta de que hablaba con un niño incapaz de producir todavía la materia prima para el derrame…" (Pacheco, 43). Como luego observa Carlos en el texto, "Aquella tarde el argumento del padre Ferrán me impresionó menos que su involuntaria guía práctica para la masturbación. Llegué a mi casa con ganas de intentar los malos tactos y conseguir el derrame" (Pacheco, 44). Irónicamente, la intención de la madre de Carlos de salvarle de su "pecado" resulta en instrucciones del sacerdote sobre cómo cometer otro pecado que su hijo nunca se había imaginado. Además, las raras preguntas y absurdas explicaciones del sacerdote le dan a Carlos razones para dudar de la autoridad no solo de la iglesia sino también de sus padres.

Uno podría pensar que se puede confiar en que los padres, a través de su experiencia de la vida, tendrán la sabiduría para reconocer el comportamiento de Carlos como algo natural e inocuo. Igualmente, uno podría pensar que se puede confiar en un sacerdote para dirigir a las personas al camino de la salvación, no darles sugerencias sobre cómo cometer pecados. Sin embargo, la realidad es bastante diferente, y la reacción casi histérica de sus padres y su sacerdote solo sirve para darle dudas a Carlos sobre su autoridad. "Pero no estaba arrepentido ni me sentía culpable: querer a alguien no es pecado, el amor está bien, lo único demoníaco es el odio" (Pacheco, 44). A Carlos, todas estas cosas, desde las reacciones a su comportamiento hasta las palabras de regaño o explicación, le parecen una idiotez por parte de personas de autoridad que de verdad no merecen sus posiciones como autoridades: "Todos somos hipócritas, no podemos vernos ni juzgarnos como vemos y juzgamos a los demás. Hasta yo que no me daba cuenta de nada sabía que mi padre llevaba años manteniendo la casa chica de una señora, su ex secretaria, con la que tuvo dos niñas" (Pacheco, 41-42). Con ejemplos tales como estos, en los cuales el joven Carlos empieza a entender la necesidad de tener un escepticismo saludable hacia las figuras de autoridad, Pacheco nos ofrece un recordatorio útil del valor de mantener tal escepticismo en nuestras propias vidas.

Vivimos en un mundo sumamente complejo, donde no existen respuestas simples ni cosas perfectas. Y no hay ningún mejor ejemplo de las complejidades e imperfecciones del mundo que los seres humanos. Aunque Las batallas en el desierto es una novela corta escrita en lenguaje bastante básico desde la perspectiva de un niño preadolescente, José Emilio Pacheco hace muy bien en presentarles a sus lectores personajes multidimensionales que reflejan la complejidad de los seres humanos. Y a través de esos personajes complejos, podemos entender la simple necesidad de juzgar a personas e ideas por sus méritos, no por sus posiciones o fuentes.

Fuente de imagen: https://www.edicionesera.com.mx/libro/las-batallas-en-el-desierto_78788/

*Estudiante estadounidense de Literatura Mexicana Contemporánea.
 CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México

 

Bibliografía

Pacheco, José Emilio. Las batallas en el desierto. Ediciones Era, 1981.


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