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A donde fueres, haz lo que vieres

John D. Clarkson*

La primera vez que fui a París, juré que nunca volvería. La gente era grosera y me trataba mal. Por ejemplo, cuando me le acercaba a alguien para pedir ayuda, siempre les preguntaba en francés, "¿Habla usted inglés?" Las repuestas me chocaron: "Hoy, no" o "¿Por qué el inglés? ¿No estamos en Francia?" O, por ejemplo, cuando iba al banco a cambiar cheques de viajero, aunque les preguntaba en francés si me los podrían cambiar allá, la respuesta era un mero "No." Ni siquiera una sonrisa, un "lo siento," ni una sugerencia de en dónde los podría cambiar. Me enojé tanto que un día decidí buscar venganza. Vi a un tipo en la calle y le tendí una emboscada: me le acerqué y empecé con la pregunta típica: "¿Habla usted..." pero me paré en media oración, y me quedé quieto hasta que vi por su cara que él esperaba que terminara con "inglés." ¡Pero no! Seguí: "¿...alemán?" Vi que se confundió y continué rápidamente, "¿español?" "No." "Entonces, ¿tal vez el italiano?" "Tampoco." Por fin, pregunté, "¿inglés?" "No, ni el inglés." Persistí en molestarle, "¿Qué es lo que habla usted?" "Francés." "¿Sólo francés?" insistí. "Sí." "Pues entonces usted no puede ayudarme," anuncié con un tono despectivo, le di la espalda y me fui, contento y sin sentir nada de remordimiento. Él fue el chivo expiatorio. Representó toda Francia y yo la había rechazado. Me sentí completamente reivindicado.

Luego, sí, me arrepentí. Se me ocurrió que a lo mejor no eran los parisienses, sino yo quien tenía que cambiar. "¿Puede ser", me pregunté, "que los franceses no sean groseros sino que yo no he entendido las reglas sociales?" Me di cuenta de que las normas varían de cultura a cultura y que nunca había pensado mucho en las de mi propio país. Tal vez esperaba yo que los franceses se conformaran a las normas gringas; más valdría que yo me conformara a las suyas. Reflexioné un rato sobre mis experiencias. Los franceses no me sonreían y esto lo tomé por hostilidad. La verdad es que ellos, según me dicen mis amigos franceses, reservan sus sonrisas para sus amigos y ven insinceras las nuestras. En mi cultura, si alguien no puede cumplir una petición, le toca disculparse; en Francia, no es así. No se sienten culpables, por ejemplo, por no poder cambiar mis cheques de viajero y por lo tanto no se disculpan. ¿Y lo de mi insistencia que hablaran ingles y su negativa a hablarlo? Descubrí que muchos franceses se averguenzan de su acento y ocultan su incomodidad con una manera brusca y un poco agresiva.

¿Cuál fue el remedio? He vuelto a París más de ocho veces, pero con una nueva actitud. Ahora, cuando estoy allá, intento hablar francés, aunque lo hablo muy mal. Al poco tiempo la gente se da cuenta de que su inglés es mejor que mi francés y, una vez que se fastidian de mi balbuceo feísimo, empiezan a hablarme en inglés. Ahora entiendo que no me están maltratando cuando me contestan con una sola palabra, sin sonrisa ni disculpas. Y al haberlo entendido, no respondo de una manera defensiva ni ofensiva, por lo tanto se interrumpe el circulo vicioso de insultos y represalias.

Ahora, ¿cómo me va en París? ¡Maravillosamente! Me la paso contentísimo y me divierto mucho. Aprecio la belleza tanto de la ciudad como de la cultura. La gente me trata como rey (¿o emperador?) y me ayuda mucho hasta acompañarme en el metro para que no me pierda. ¿Y saben qué? Estoy seguro que, de vez en cuando, al saludar a alguien en la calle con un sincero, "Bon jour, monsieur!", aparece, por un momentito fugaz, una amable sonrisa en la cara.

* Profesor estadounidense de idiomas
Exestudiante de Español
CEPE-CU, UNAM, México, D.F.