Leyendo sobre béisbol
Gilles Desruisseaux
Foto: Orlando "El Duque" Hernandez |
Me pareció una idea ingeniosa : mejorar mi conocimiento del idioma de Miguel Cervantes y Felipe Alou leyendo artículos de páginas deportivas en la red electrónica, más aún en este año de lucha por la cima de los jonroneros Mark McGwire y Sammy Sosa. Sin embargo, esa iniciativa me reservaba algunas sorpresas. No sólo tuve que resolver dificultades de terminología, sino también enriquecer mis conocimientos en campos imprevistos (historia, herpetología, teología, ictiología, etc.).
Las dificultades de terminología derivan primero de la rareza de recursos. Hay un pequeño diccionario vasco que puede ayudar un poquito, pero mi precioso Pequeño Larousse ilustrado no conoce nada sobre béisbol, y mis cursos de la UNAM me han preparado más para diversificar mis maneras de comer tortillas que para entender algo sobre béisbol. La segunda razón de mis dificultades es la imaginación rebosante de los traductores y redactores de Yucatán, de Venezuela y de Miami, donde se publican los periódicos que he leído.
Lo que sorprende a primera vista es la coexistencia de palabras en "spanglish" que son adaptadas fonéticamente ("jit, aut, straic, jonron, pasbol, couche", para traducir "hit, out, strike, home run, passed ball, coach" ) y de palabras muy correctas en español. Tuve que entender que significaba "jonron" antes de saber que los "jonroneros" eran bateadores que conectaban cuadrangulares, cuádruples, bambinazos, cañonazos, otros sinónimos gestados por los aficionados latinos. Mis cursos de la UNAM sobre los derivados en -azo me ayudaron no obstante a entender que a los bateadores les gustan más los batazos (que dan) que los pelotazos (que reciben). Sobre las plumas bucólicas latinas, nuestros vulgares fields o champs en francés se vuelven en jardines, tal vez porque los jardineros (nuestros voltigeurs) tienen tiempo para cultivar flores cuando los lanzeadores se llaman Pedro o Dennis Martínez.
Tengo mucha admiración por los redactores que dieron una promoción a los Angels de Los Ángeles al llamarlos Serafines; esos ángeles tienen el más alto rango entre los nueve coros de ángeles. En cuanto a los que dieron el nombre de Cascabeles a los Diamondbacks de Arizona, les di las gracias porque en adelante sé que Diamondbacks no son ricos peloteros sino serpientes. Aprendí también que los Devil Rays de Tampa Bay no son rayos satánicos, sino peces cornudos que se llaman Mantarrayas. Pero cuando los periodistas alternan con Yanquis, Bombarderos del Bronx y Mulos de Manhattan, me confunden: ¿dónde está el estadio de los Yanquis?
Ahora que la temporada se termina con la Serie mundial de las Grandes ligas, puedo leer sobre béisbol sin demasiada dificultad, pero en cada artículo encuentro maneras nuevas y originales para describir ese deporte. Sin embargo, no tengo ninguna comprensión de la evolución del lenguaje de béisbol desde sus principios en América latina, a mediados del siglo pasado. Solo sé que más de 750 latinos de 13 países jugaron en las Grandes ligas desde que Luis Castro, de Colombia, se unió a los Atléticos de Filadelfia en 1902.