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Las consecuencias de la separación de los padres...

Joanne Durocher*

Foto: https://www.flickr.com/
photos/srah23/galleries/72157624211573156/

Duró meses. No paraban los gritos ni los llantos. Nadie se preocupaba por mí. Era como si no existiera. Casi nunca había comida o agua fresca en mis platos. Mi pelo siempre estaba enmarañado. Perdí mucho peso. Se me veía muy fea ¡Qué molestia!

Debía esconderme debajo de la cama, del sofá o de una silla para evitar los platos y los vasos que volaban por todas partes. Siempre pagaba el pato por todo. Tenía que deslizarme entre sus piernas para evitar los golpes de pies y los puñetazos.

¡Qué pesadilla! Cuando él volvía tarde a casa, olía a algo extraño, que no reconocía. -Lavanda- decía ella llorando. No sabía qué era. Entonces, cuando él se quitaba la ropa, que tiraba por todas partes, me apresuraba a orinar en cualquier pedazo que exhalaba ese olor para consolarla. -¡Maldita!- me gritaba él.

Un día, ella vino a buscarme debajo de la cama. Había llorado, pero se mostraba serena. Me dio de comer y puso agua fresca en mi plato. Me cepilló el pelo, ¡ay, qué maravilla! Me pidió perdón por el alboroto que había marcado nuestra vida durante tantos meses. Me prometió que nunca más permitiría que un hombre entrara en la casa si a mí no me gustaba. -Desde el principio tú lo odiaste- recordó. -Sabes juzgar los caracteres mejor que yo-. ¡Claro que sí! Por fin ella lo veía todo con claridad.

Desde entonces vivimos las dos tranquilas, como antes. No he visto a ningún hombre desde que él se fue, con sus tufos a lavanda mezclada de tabaco y su ropa que andaba rodando por todas partes. -Mi linda gatita- suele susurrarme ella, rascándome la cabeza mientras yo ronroneo, contenta. -¿Qué hubiera hecho sin ti?-

*Estudiante canadiense del curso Trabajo de palabras
UNAM Canadá