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Lucy

Saloni Negi*
Lucy
Lucy

Foto: http://www.wikiwand.com/fr/Lucy_(pal%C3%A9oanthropologie) 

Sentía mi decepción como un soufflé desinflado. De verdad, la producción de Tristan und Isolde de la ópera Metropolitana de Nueva York no correspondía a mis expectativas. Había leído la historia antes de ir: él, ella, el sirviente de él, la sirvienta de ella, una historia de fondo complicada pero poco interesante y obviamente una poción mágica, la muleta de un escritor perezoso. Además, había personajes poco simpáticos y muertes sin sentido. A pesar de la historia tonta, vine porque quise ver la producción del Met. De ahí mi decepción.

La escena fue oscura, monocromática, a menos de cincuenta sombras de gris, gris claro, y gris oscuro, incluso el vestuario. Los amantes tenían por lo menos cincuenta años y se veían sus arrugas cien veces aumentadas en la pantalla del Auditorio Nacional. Y la música me aburrió. Me acordé de una producción de Lohengrin que vi hace muchos años en otro país. El gran héroe-dios descendió del cielo montado en un cisne, un verdadero festín para los ojos, hasta que vi a Lohengrin, chaparrito y gordito. Ese es el gran problema de la ópera: hay tanto artificio que es muy difícil guardar la ilusión.

Aguanté una media hora y decidí que todavía podía redimir mi día. Lo bueno es que ya había conocido el Auditorio Nacional, que me impresionó por su diseño abierto. De hecho, es lo que me gusta más de la arquitectura en México: aquí, al contrario que en Canadá, el clima no es un enemigo, y se pueden realizar espectáculos en construcciones al aire libre. En el lobby, disfruté de este aire y también de una copa de rosé espumado para resarcirme de mi decepción.

Un poco achispada, el día me pareció aun más hermoso, por lo cual decidí caminar por Paseo de la Reforma. Se me ocurrió por milésima vez qué tan hermosa es la ciudad. Quise visitar a alguien muy especial en el Museo de Antropología.

Una vez en el museo, fui directamente a conocer a Lucy o Dinkinesh, como se llama en el amharic de su país natal, Etiopía. Lucy nació unos 3.200.000 años antes de la entidad política que hoy llamamos Etiopía y en su día todavía no se habían desarrollado los idiomas [actuales]. Pero eso no es pertinente. El nombre que le dieron a Lucy sus descendientes de Etiopía significa eres maravillosa y le conviene bien porque viajó 3.2 millones de años para platicar de su vida.

Leí que el descubrimiento de los huesos de Lucy se llevó a cabo hace casi cuarenta años y también sobre cómo reconstruyeron su cara y su cuerpo. Hace un mes, me enteré de la conclusión científica de que Lucy falleció después de caer de un árbol. Y por fin, hace unos días, tuve la oportunidad de verla y conocerla --aún otro milagro mexicano, ya que Lucy no está en Canadá ni, en su forma reconstruida, en los Estados Unidos.

Quedé delante de Lucy y la miré a los ojos.

--Nos contaste tu vida, le dije. Pero no nos contaste tu muerte. Caíste a sesenta kilómetros por hora, entonces fue de un árbol muy alto. Eras adulta, no niña ni mayor, entonces eras más fuerte, pero no pudiste pelear. ¿No había nadie contigo, para ayudarte? ¿De qué estabas huyendo? ¿Algún bicho más fuerte y más rápido que tú? Tus huesos no tienen marcas de dientes. ¿Tuviste hambre? ¿Pero qué fruta podría ser tan rica, tan apetecible que valió el riesgo de perder la vida? ¿O tal vez no eras vegetariana y buscaste un ratón o un nido de gorriones? Tal vez un avispero te asustó.

Prefiero pensar que a pesar de poder caminar como nosotros, a ti todavía te gustaba subir en los árboles, ir alto y más alto por el puro placer de respirar el aire, de disfrutar de la vista, de ver más lejos, de escuchar mejor la canción de las aves. Tal vez fuiste más atrevida que la mayoría de tus compañeros y eso te había ayudado muchas veces, con excepción de la última vez. Un día, olvidaste que ya no eras una jovencita e intentaste subir más alto que nunca. Antes de caer, ¿habías tenido una buena vida? ¿O habías luchado cada día por sobrevivir hasta el siguiente? Me gustaría saber.

Espero que un día sepamos mucho más sobre lo que le sucedió a Lucy y cómo vivía y por qué murió. Por el momento, me quedo feliz por haberla visto.

Más adelante en la sala de exposiciones, vi cómo los primeros humanos de América cruzaron el estrecho de Bering hace 50 mil años. Con el pasar de los siglos, poblaron los continentes. Todos nuestros antepasados en todos lados del mundo empezaron de la nada y desarrollaron idiomas, agricultura, asentamientos, pueblos, ciudades, negocios, civilizaciones, industria, ética, religión, filosofía, arte, matemática, música. Y de repente, se me ocurrió que la ópera del Met era el fruto de la cooperación, del esfuerzo y de la creatividad de todos nuestros antepasados. Que Lucy y yo y todos somos parte de esta cadena ininterrumpida. Que, no menos que Lucy, que viajó durante un tiempo inconcebible, más allá de mi comprensión, el espectáculo que vi en vivo de Nueva York en una pantalla en México fue una maravilla. El fruto de la cooperación de los artistas y técnicos, inventores e ingenieros, del compositor que murió hace generaciones, de los profesores y alumnos de música, del personal de la taquilla y de mantenimiento y tantos otros que sería imposible contar porque esas cuatro horas de ópera implican toda la creatividad y productividad humana.

En aquel momento, creo que aprendí al respecto. Llegué a una percepción más profunda y me gusta creer que crecí un poco. Eso no significa que iré más a la ópera y mucho menos a las óperas de Wagner. Pero sí significa que, el sábado pasado, las puertas de mi percepción se abrieron un poco más. Tengo que dar las gracias a Lucy.

*Estudiante canadiense de Taller de Crónica Literaria
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México


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