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Árboles

Tokio Kuge*
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Foto: http://elblogverde.com/tipos-de-arboles/

Caminando, veo los coches y árboles ir contra mí. Yo paro, y ellos paran. Parece que les gusta la calle. Las voces de pájaros están mezcladas con silbidos de alguien. ¿A quién llaman? La calle se llama "Sur XX". ¿Cuántos sures existen en México? ¿Cuántos sures existen en Latinoamérica? El norte es único. Yo paro, pero ya los coches coloreados no paran y siguen corriendo en el río de hormigón. Para pasarlo, tengo que subir a un puente peatonal con el techo amarillo hecho de tela metálica. A la mitad del puente se le perfora el techo. El hueco me está seduciendo pero no puedo volar. Bajo la escalera.

Sólo los árboles paran conmigo, y la tierra mexicana nos dice con el sonido de hojas y la gravedad: "crecerán". Pero este aire transparente me hace caminar y ya soy un compañero de los coches, aunque ellos vayan contra mí. La gente me dice nada o me dice algo a través de la ventana y sus gafas oscuras pero no puedo oírlo. Ellos, en los monstruos mecánicos y sin sus propios pies. Yo, cansado justo sobre este país. ¿Cuál es más "mexicano"?

Unos árboles ya se han transformado en pilares y enseñan direcciones a los turistas, abastecen las casas de electricidad y no tratan de defenderme de la luz incandescente del sol. Ni modo. Entro en una tienda llena de artículos japoneses. Salsa de soya, arroz blanco, jarras con Ukiyoe. No he visto tantas cosas "japonesas" en una sola tienda. "Qué mexicano", pienso aunque en verdad no pienso nada, salgo de ahí y sigo caminando. Me doy cuenta de que ya los coches corren hacia el mismo rumbo que yo avanzo, como si todos quisiéramos regresar a casa. Pero no podemos, salvo que dejemos de ir horizontalmente y nos caigamos verticalmente a la única casa, la tierra. Unos pilares ya encarnan ese retorno atropellados, aunque nadie se dé cuenta.

Miro hacia arriba. A través de numerosas hojas, el cielo se ve como un mar, hojas como islas. Es un nuevo mapa de México, porque ya no existe México a nuestro lado. El cielo no se mueve y sigue riéndose de mí. La tierra tampoco se mueve, aunque a su vez está callada. Estamos moviéndonos como cucarachas o ratas sobre una cinta adhesiva. Un perro ladra delante de mí. Me estremezco del miedo a la rabia. "No le hace nada", me dice una señora. Lo sé. No sé qué hará un segundo después.

*Estudiante japonés de Taller de Crónica Literaria
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México


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