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Canadá, la belleza que ya no vemos

Nathalie Dunn

Hace 33 años que vivo en este país maravilloso que es Canadá. Cuando era niña, se me antojaba ver el invierno (interminable, según decía mi abuela), que cayera la alfombra blanca, aunque se quedara ahí más de cuatro meses. Las hojas de los árboles cayendo, los días acortándose, las actividades en el exterior menos frecuentes, la espera del "Père Noël", los abuelos listos para partir a Florida, las preparaciones en el exterior de la casa para la llegada del invierno, todos signos de la inevitable llegada de la nieve.

De niña no me daba cuenta de todo el trabajo que la nieve exige, pero ahora me pesa un poco cada año saber que el invierno está a nuestras puertas, esperando sorprendernos.

Pero hace más de dos años que no veo el invierno como lo veía desde que llegué a una edad adulta, pesado y frío. No. Ahora, trabajando con gente de México, me doy cuenta de lo bello del invierno. Por ejemplo, el primer día de nieve. Qué blancos se ven los copos de nieve, fundiéndose al llegar al suelo. Qué preciosa es la tranquilidad de una noche nevada. Qué maravillosos se ven los árboles llenos de nieve o de hielo, parecen hechos de cristal. Qué campesinas se ven las ciudades con las calles llenas de nieve, parecen puras. Qué fresco huele fuera. Qué agradable cambiar de tipo de ropa. Qué placentero se ve el fuego en el hogar cuando hace frío. Qué divertido hacer deportes de invierno sin tener que salir del país. Qué pulidos parecen los ríos congelados en donde se patina, y qué rojas las mejillas de los niños después de haber jugado fuera. Qué festivos lucen los muñecos de nieve. Y al llegar la primavera, qué agradable oír el agua de un río corriendo bajo el hielo y ver surgir los retoños de los árboles. Al leer esto, un canadiense podría pensar que vive en un país de ensueño, y es un país de ensueño si ve el invierno con ojos mexicanos.

Tengo que agradecer a Esperanza Garrido y a Paz de laTorre, maestras de la ESECA-UNAM, hacerme ver nuestro invierno bajo un aspecto que nunca me había presentado mi madre cuando se quejaba del invierno. Aunque me pregunto: si las maestras hubieran estado viviendo aquí tantos años como ella, ¿verían el invierno de la misma manera?