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Juanito, Pedro y los gallos

Gilles Desruisseaux

Juanito ya no estaba triste, sino confuso. ¿Qué había pasado? ¿Por qué había perdido todo? Juanito era un niño que no hablaba mucho y nadie lo conocía realmente, ni a él ni a su pasión, los gallos. Por supuesto, nadie sabía que podía hablar con los gallos. Cada día, Juanito visitaba las galleras de su pueblo y el pequeño coliseo gallístico donde se peleaban. Le daba mucha pena saber que los gallos tomaban más drogas que los peloteros para terminar muertos o heridos en la valla. Hablaba con ellos antes de las peleas, cuando ya estaban en las jaulas de exhibición y no estaban armados con las espuelas en las patas.

Un buen día, Juanito se dio cuenta de que podía convencer a algunos gallos de huir o tumbarse para que la pelea se terminara sin muertes. Conocía así el resultado futuro de muchas peleas y decidió jugarse unos pesos para ayudar a su mamá enferma, comprar gallos heridos y cuidarlos. Al principio, apostó pequeñas cantidades, pero como ganaba todo el tiempo, se volvió rico y apostó más y más, hasta que ayer, jugó todo lo que tenía a un gallo. Había hablado con el otro gallo de la pelea para convencerlo de que debía perder. Este otro gallo tenía un dueño que era un hombre muy bueno: Pedro López. Pedro tenía diez hijos y había decidido vender su casa para apostar todo a su gallo. Fue entonces cuando, ya en la valla, su gallo oyó lo que Pedro había hecho y sus intenciones cambiaron. Peleó con tanto valor y tanta furia que el gallo de Juanito huyó.

Hoy, Juanito ha perdido, junto con sus pesos, toda la confianza que tenía en los gallos y en el deporte de los Caballeros. En cuanto a Pedro, volvió a comprar su casa y mandó a sus hijos a la mejor escuela de la capital.

MORALEJA:

No hay mal que por bien no venga.