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El Camino de Santiago

Margaret Bott*

Este año cumplí un sueño y caminé El Camino de Santiago, más de 700 Km. Empecé en Saint Jean Pied de Port, ubicado al pie de los Pirineos en Francia. Aquí obtuve una “credencial”, (un tipo de pasaporte) con la que se puede quedar uno en los albergues de los peregrinos.

Atravesé los Pirineos el primero de mayo, y gracias a Dios, era un día muy claro con el cielo azul y el sol brillaba, aunque estaba muy frío y con mucho viento. Había oído que el tiempo puede cambiar muy rápidamente, de hecho, más tarde, encontré otro peregrino que los había atravesado el 3 de mayo con mucha lluvia y niebla. El 4 de mayo nevó y desafortunadamente un hombre murió de frío.

De los Pirineos, y después de 27 Km. se llega al Monasterio de Roncevalles, donde los peregrinos reciben la bienvenida durante la misa. Aquella noche, el sacerdote dio la bienvenida a peregrinos de 26 países.

Al siguiente día, el Camino se convertía en un sendero de rocas y barro. Una de las cosas más importantes para un peregrino es un bastón para ayudarse en las bajadas y en las subidas. Otro artículo importante es la concha que es el símbolo del Camino. Muchos la llevan colgando de la mochila o del cuello. Las flechas amarillas pintadas en los muros o en las calles son importantes para encontrar y seguir la ruta jacobea.

Al lado del Camino hay muchos refugios o albergues para alojarse y dar hospitalidad a los peregrinos. Generalmente hay camas literas, y un saco de dormir es esencial.

La primera ciudad del Camino es Pamplona, bien conocida por la fiesta “El corredor de toros”. Las otras ciudades grandes son Burgos y León que tienen magnificas catedrales.

No todas las iglesias en el Camino son grandes y opulentas. Me gustaron mucho las iglesias pequeñas de estilo romano. Una de estas está en la aldea de Rabanel donde cada noche, los monjes benedictinos cantan en latín las vísperas. Era una ceremonia muy impresionante. Generalmente, en los lugares de los albergues de los peregrinos había una misa cada noche durante la cual el sacerdote rogaba por los peregrinos. Me sentaba bien recibir una bendición por mi seguridad y mi salud.

El día más memorable fue el día que atravesé el punto más alto del Camino. Las montañas estaban cubiertas de flores salvajes de todos colores. Aquel día llegué a La Cruz de Fierro, construida originalmente como señal para mostrar la ruta a los peregrinos. A través de los años los peregrinos han dejado una piedra al pie de la cruz, tantas que ahora hay un montón de piedras. Puse la mía que había llevado de Ottawa.

En Galicia, se pasa por muchas granjas y pueblecitos. Siempre, dondequiera que vaya, la gente saluda a los peregrinos diciendo: “¡Buen Camino!” La gente es muy simpática.

Después de cinco semanas, llegué a Santiago de Compostela e inmediatamente fui a la catedral para “dar un abrazo al apóstol” – es costumbre que los peregrinos abracen la estatua de Santiago antes de descender a la tumba del Santo.

A mediodía tiene lugar una gran misa en la que el obispo da la bienvenida a todos los peregrinos y nombra los lugares donde empezaron y los países de donde vinieron. Cuando el gritó “Peregrinos de Canadá que empezaron en San Jean Pied de Port”, yo vitoreé. ¡Un señor, muy elegante, al lado de mí, tomó mi mano y la besó! Fue un momento inolvidable. Yo envié una oración a Santiago.

Se dice que “El Camino comienza cuando se sale de Santiago de Compostela”. Voy a buscarlo toda mi vida.

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*Ex alumna de Español
UNAM-ESECA, Gatineau, Québec, Canadá