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La persona que más admiro: mi madre

Martha Veneroso Contreras Cordoba

La persona que más admiro es mi mamá, y debo decir que estoy muy orgullosa de ello. Ustedes se preguntarán por qué. La respuesta es muy fácil: yo sé que ella es muy feliz con la vida que escogió vivir. Déjenme explicarles.

Nació el 18 de julio, hace 42 años --Dios, espero que ella no lea esto, va a darse cuenta de que he revelado su edad-- en la ciudad de Aguascalientes, en el corazón de la República Mexicana. Mis abuelos decidieron que su décimo vástago se llamaría Martha Guadalupe y con ese nombre la bautizó el sacerdote.

Vivió toda su vida de soltera en aquella ciudad. Mi abuela y mis tías --las hermanas mayores de mi mamá-- la educaron "a la antigüita", como decimos aquí en México: tenía la obligación de ayudar con los quehaceres de su casa, atender a su papá y a sus hermanos y cuidar de sus hermanos más pequeños. Claro, también iba a la escuela y, según me cuenta, estudiaba mucho.

No estudió la preparatoria porque, cuando cumplió 16 años, empezó a trabajar como secretaria para el gobierno estatal. Posteriormente, cuando cumplió 17, conoció a mi papá y, casi tres años después, se casaron.

Así fue como llegó a vivir a Córdoba --una pequeña ciudad en Veracruz, a 12 horas de distancia de la ciudad donde nació, viajando en automóvil-- hace 23 años –es decir, cuando tenía diecinueve- y en un lapso de ocho años tuvo cinco hijos (mis cuatro hermanos menores y yo). No tiene la costumbre de hablarnos sobre cómo fue su vida al llegar a una ciudad que no conocía, donde las únicas personas con las que hablaba eran sus suegros y mi papá, pero hace algún tiempo me enteré de una de las tantas historias que seguramente guarda en su corazón.

En Aguascalientes raramente llueve, mientras que en Córdoba la mayor parte del año el agua está presente: en verano, no hay tarde que no caiga un aguacero; en otoño, todas las tardes cae una lluvia ligerita; en invierno hay días que llueve todo el día, amanecemos lloviendo y nos acostamos igual; sólo la primavera es una buena estación para tomar el sol. Mi madre llegó a Córdoba el mes de enero de 1978, le tocó vivir el invierno cordobés, lluvia de noche y de día, y como no tenía ninguna amiga, se pasaba los días encerrada en el pequeño departamento que había rentado mi papá. Cuando mi papá no estaba con ella, se asomaba a la ventana a decirle adiós con un gesto de la mano... y comenzaba a llorar. Así pasó los primeros meses de su vida en Córdoba, triste y llorando al ver la lluvia que caía. Poco tiempo después supo que estaba esperando su primer bebé... y las lágrimas cesaron al mismo tiempo que llegó la primavera.

Admiro a mi madre por el valor que tuvo para dejar a su familia, a sus amigos y toda una vida construida en Aguascalientes... una vida que seguramente fue cómoda y bastante buena. Lo abandonó todo para comenzar de nuevo al lado de mi padre y de otras personas totalmente desconocidas en un lugar igualmente desconocido y muy diferente. Ah, y se me olvidaba lo más importante: se atrevió a amar.

 

Foto superior: Palacio de Gobierno de la ciudad de Córdoba, Veracruz, México.

Foto de presentación: Museo de Aguascalientes, México