A través del agujero
Atila Regiani*
1. Cuadro oscuro.
Luz muy tenue entra en la habitación por la ranura debajo de las puertas, por la opacidad insuficiente de las cortinas.
Una gran pintura colgada en una pared.
La luz no tiene la fuerza necesaria para revelar el contenido de la pantalla. Sólo un brillo dorado, opaco y brumoso, de los ornamentos barrocos del marco grande y grueso.
Un ojo castaño claro mira a través de un agujero de cerradura.
A través del agujero dos hombres conversan.
Un hombre blanco, entre 50 y 60 años, con ropas caras del siglo XIX y un hombre negro, entre 40 y 30 años, muy elegante según la moda de principios del siglo XX.
Ellos arrancan un hilo de su propio bigote y los cruzan. Aprietan las manos y celebran.
Una mujer blanca, joven, entre 16 y 20 años, comienza a llorar delante de una puerta cerrada.
Detrás de ella, la gran pintura que no se puede ver.
Además del cuadro, rico mobiliario colonial. No es posible ver los detalles.
Las lágrimas siguen por seis días seguidos.
Un carruaje en una casa opulenta en el centro de la ciudad.
Los ojos castaños y la nariz fina todavía están rojos. Ella lleva un pañuelo en su mano.
El hombre negro la recibe sonriendo.
Ella no puede controlar el llanto. Vuelve a llorar.
El hombre cambia su semblante. Intenta consolarla. El llanto aumenta de volumen.
Un hombre blanco más viejo mira todo de lejos, frunce las cejas y desvía la mirada. Asegura su sombrero con las dos manos y se vuelve a meter en el carruaje. No mira hacia atrás.
El carruaje sale de la ciudad y entra en una hacienda. Atraviesa una gran extensión de tierras que alterna entre pasto, plantaciones y vegetación virgen.
2. La piel
Una joven indígena mira a través de una rama de hojas.
No hay ruidos sino los de la propia selva. No hay señales de modificaciones, además de los dejados por los animales, por las lluvias, por los vientos, por el crecimiento lento de los vegetales y de los hongos, por el cambio más lento aún de los minerales.
Su respiración aún es rápida, la boca entreabierta deja el aire entrar y salir con velocidad, una gota de sudor recorre su frente, sus pupilas están dilatadas. Sus manos temblorosas.
Por mucho tiempo nada parece moverse.
Los pájaros cantan, los insectos hacen ruidos, el viento sacude las hojas.
Las hormigas desvían sus rutas por su cuerpo. Atraviesan por su piel como si fuera cáscara, sus brazos como si fueran ramas, sus senos como rocas.
Ella se mueve con la velocidad y el silencio del crecimiento de la hierba, de las raíces, de los mohos.
De repente oye un ruido extraño, una palabra pronunciada en una lengua extranjera. Su cuerpo se tensa, sus músculos se contraen, estiran y explotan, corre.
Muy rápida. Salta, se desvía de obstáculos en el suelo o en los árboles.
El bosque acaba de repente.
No puede retroceder, sólo avanzar. Se adentra en un claro, aumenta la velocidad.
A punto de volver a la mata densa, para. La detienen.
Siente algo impidiéndole continuar, cae al suelo, se lastima las manos, las rodillas y el codo.
Su sangre se mezcla con su sudor y su saliva.
Una hormiga intenta liberarse de la sustancia roja y pegajosa sobre su piel.
Una cuerda se tensa. Un hombre blanco, con ropa sucia, tira de la cuerda hacia su caballo.
La joven es arrastrada por el suelo, grita con furia.
Él la inmoviliza, la amarra.
Ella se contorsiona, su cuerpo se agita.
Él sostiene su cara delicada con la mano áspera con un anillo de oro en el dedo medio.
Ella intenta morder sus manos. Él la abofetea.
Él la observa largamente. Sus ojos recorren la cara, el cuerpo de la joven.
Él sonríe y evidencia sus dientes ligeramente amarillos, sus labios resecos entrecruzados por un bigote negro.
Se asegura el delicado collar de semillas que envuelve su fino cuello.
Acaricia las semillas como si rezara un tercio, lo arranca violentamente. Ella lo mira de vuelta, con ojos de onza.
Suelta un rugido animal.
3. Fotografías
Mujer blanca, entre 30 y 40 años. Ojos castaños, rojizos y llenos de lágrimas.
Ella está delante de un ataúd.
Dentro del ataúd, un hombre negro, muy bien vestido. Con los cabellos grises.
Ella se inclina y abraza el cuerpo.
Detrás de ella hay varias fotografías.
La primera es una fotopintura del mismo hombre negro, pero más joven, y de la misma mujer blanca, también más joven. Él estampa una sonrisa que llena toda su cara, sus ojos y su boca. Ella sonríe sólo con las esquinas de la boca.
Después la foto de un bebé con el marco redondeado.
Después de la foto de la familia constituida por la pareja, él sonríe con todo su cuerpo, ella con toda su cara. Ellos están abrazados. Al lado, un niño de 3 años, con pelo rizado, piel morena, viste ropas de adulto, mira a los padres. Al frente un carrito de bebé, con un niño.
Una fotografía de un hombre viejo y blanco, con un gran bigote, ropa fina. Detrás de él un gran cuadro con un marco grueso y dorado. No se puede ver el contenido de la pintura.
La fotografía de una niña morena, con el pelo rizado y la piel oscura, con un vestido que parece un vestido de novia.
Al lado, una fotografía de una niña con pelo rizado y la piel clara, montada en un caballo. Sosteniendo el caballo, el mismo hombre viejo y blanco.
Una foto de una familia, con siete niños como una escalera, cada uno con una sutil diferencia de altura en relación al niño que viene enseguida. El padre y la madre detrás, abrazados. La cara del padre estampa la misma sonrisa de la fotopintura. El rostro de la madre parece relajado y su sonrisa parece envolver tranquilamente su cuerpo.
De lejos, enmarcado por el portal del salón, los mismos siete niños miran. Todos vestidos de negro, como en la foto. Pero sin los padres y en vez de estar sonriendo, están llorando.
De donde se ve parece una foto también. Ilusión que se rompe por pequeños movimientos.
Una persona retira a los niños de ese encuadramiento específico, donde parecen hacer eco a la fotografía.
Otra cierra las puertas.
4. Después de la barrera
Una mano áspera con un anillo de oro en el dedo medio sostiene un papel.
La suciedad de la mano mancha el papel.
En él se escribe una fecha, abajo de la identificación de la iglesia.
Un hombre blanco con ropa sucia desciende del caballo. Sonríe, lo que revela sus dientes muy amarillentos y sus labios resecos encubiertos por un bigote levemente grisáceo. Camina hasta tu casa.
Escupe al suelo. La puerta está abierta.
Un bebé llora alto. No hay nadie en la sala. En la cocina, el agua hierve. Algunas verduras están cortadas. Una olla se está quemando. Se retira la olla del fuego. Él camina hasta la habitación.
Un niño de más o menos 9 años con un collar de semilla en el cuello, mira al hombre. El muchacho sostiene la mano de una niña de 5. Detrás una niña de 7 años intenta hacer que el bebé deje de llorar. Otro niño observa.
El hombre grita con los niños.
Ellos empiezan a llorar.
Excepto por una niña que mira de vuelta, con ojos de onza.
Él corre hasta el fondo de la casa.
Un chiquero, un gallinero, una cabra, un perro.
Las hormigas caminan cerca de la barrera, destruyen lentamente una planta de maíz en el jardín.
Después de la barrera, una mata densa.
Fuente de la imagen: https://pngtree.com/free-abstract-background
*Estudiante brasileña del Taller de Crónica Literaria
CEPE-CU, UNAM, ciudad de México
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