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Exotismo danzado

Yazmín Hananí Zurita-Gutiérrez*
Exotismo danzado
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Foto de la autora

Siempre era su sudor sobre mi sien el que corría primero. Las primeras gotitas se deslizaban muy despacio hasta media mejilla. De ahí, decidían unir fuerzas y llegaban juntas hasta mi cuello rodando suavemente el resto del recorrido sobre mi piel. De nada hubiese servido un pañuelo o una toalla; después de un tiempo en actividad es inevitable la secreción salina por los poros que van cada vez más dilatados. Además, este tipo de prácticas rara vez se disfrutan en seco. El calor húmedo aumenta entre más parejas haya que también se dispongan al asunto. Algunas veces los otros están tan cerca que el choque repentino nos saca del trance al que nos zambullimos muy de vez en cuando -cuando encontramos una buena pareja. Hay maneras más agradables de salir del trance; sin embargo, tampoco es tan fácil entrar en él. Se necesita principalmente de disposición mutua, y ésta no aparece con exceso. Qué tan agradable será la próxima experiencia es determinado desde el momento en que se escoge a la pareja. Si una persona con la que ya ensayaste se te acerca, ya tienes una idea de qué vendrá. Cuando esos intentos no fueron satisfactorios, siempre puedes argumentar que por esa sesión vas a descansar.

Nada como atinar con alguien con quien quedaron ganas de repetir. La ventaja del intercambio constante es que te permite indagar los atributos de cada participante y concluir con cuáles te entiendes mejor. Cada uno viene con una colección de herramientas que va desde el movimiento más básico apenas suficiente para superar el desafío, hasta hacer uso y alarde de todo un arsenal sobrestudiado y perfeccionado. Los primeros generalmente están dispuestos a aprender; piden ayuda a la pareja en turno y tratan de copiar las estrategias de un vecino más avanzado. Los segundos presentan actitudes más variadas, algunos simplemente van solos; no toman en consideración a la pareja y el objetivo es sólo alardear. Indagando con sus parejas se descubre que sus técnicas muy rara vez son efectivas. No comprenden que lo indispensable es el acoplamiento, el entendimiento. Los "buenos" son los que van con calma y esperan. No se pavonean con sus tres millones de posiciones y torsiones, sino que buscan el balance musical con su compañera en turno, sin importar que de ella sea su primera vez o que tenga experiencia amplia. La desventaja de que haya tan pocos "buenos" es que siempre están muy ocupados. Cuando toca cambiar de pareja, son los primeros en ser apañados y los últimos en ser desocupados. A veces pasa que tampoco están dispuestos a estar disponibles. Lo más molesto es cuando declaran monogamia; gente así no tiene derecho a ser exclusiva. Si bien no dejan de asistir a las prácticas grupales, deciden dedicar toda su atención y su pericia a una sola pareja cuando la situación exige diversidad.

Toca cambiar y estoy algo indecisa en solicitar los favores de un camarada experimentado y de los "buenos". Volteo hacia su dirección para determinar su disponibilidad y noto una sonrisa hermosa, nunca antes vista, caminando en mi dirección. Se detiene justo un paso enfrente de mí y estira el brazo invitándome a ser la siguiente de su noche. ¿Cómo negarse ante la desconocida y bella sonrisa? En esta ocasión aceptar fue perder; la sonrisa viene acompañada de un aroma exquisito. El "nuevo" sabía lo que hacía y, aunque no contaba con un repertorio muy abundante, manejaba con destreza sus herramientas. Sabía cómo comenzar, seguir en movimiento sin tropezar, acentuar de manera equilibrada y, cuando correspondía, terminar. ¡Imposible! Ahí estábamos, en trance. Decidimos desquitarlo a pesar de la sugerencia para probar con alguien más y otra vez lo logramos, sudor del bueno. Al siguiente cambio nos separamos, pero reincidimos más de una vez durante esa noche. Con él también pasé histriónicamente por la ironía que nos supuso una "vida doble".

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Foto de la autora

Coincidir en la vida diurna después de la nocturna nos hizo cómplices antes que colegas. Coincidimos nuevamente en las andanzas nocturnas una semana después y fue desafortunado saber que él sólo estaba de paso. En realidad yo también lo estaba, pero él duraría menos tiempo; le quedaban unos pocos días en la ciudad. Decidimos no dejarlo al azar y quedamos en encontrarnos en el mismo evento público como símbolo de su despedida. Un tiempo después fue el turno de la mía. Será cosa de raza o de cultura, pero durante estas prácticas siempre me entendí mejor con los que compartían mi condición extranjera; aún más con los latinoamericanos y los africanos. Esa noche tuve suerte, estuvieron los mejores exponentes de ambos bandos. El saber que me marchaba quitó mis inhibiciones, así que invité a cada uno a ser parte de mi noche. Les mencioné que me iba para, además de despedirme, obtener lo mejor de ellos y así fue. No hubo trances ni mucho menos pero me divertí mucho en esa, mi última noche de lunes en La Havana Club. Yo me despedí de las clases de bachata platicando con el único amigo que logré hacer durante el baile. La seducción de la fiesta postclase se despidió de mí con un único beso en la comisura de mis labios proveniente de mi brasileño favorito. Cuatro días después yo dejaba la ciudad partiendo de su aeropuerto internacional.

*Estudiante del Taller de crónica literaria.
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México.