Una noche en Taxco
Yao Wu*
El Viernes Santo 6 de abril se conmemora la Pasión de Cristo. Muchas veces aquí en México le he explicado a la gente que nosotros los chinos hoy día no tenemos religión y cada vez que lo digo me he sentido avergonzada en cierto sentido, porque en chino "religión" casi equivale a "creencia" y eso es como si nos faltara espíritu. Con una religión es fácil tranquilizarse en el fondo del corazón y justamente estoy buscando un momento de calma interior, alguna fuerza para mantenerme feliz lejos de mi país natal. No soy cristiana, pero no quería perder la Semana Santa.
Este mismo día estaba en Taxco con unos amigos. Enclavado en las montañas de la sierra guerrerense, las casitas del pueblito se amontonan como una maravilla. Se dice que es un sitio ideal para los enamorados, los fotógrafos y los amantes del arte colonial. Hacía mucho sol y toda la vista parecía como óleo o acuarela. No podía dejar de tomar fotos acá y allá. Los callejones son tan estrechos y precipitosos que los recorrí arriba y abajo a duras penas. Durante el día di un paseo por los lugares de interés: la Parroquia de Santa Prisca y San Sebastián, el Ex-convento de San Bernardino de Siena, la Parroquia de Nuestra Sra. de Guadalupe, etcétera. Había mucha animación por todas partes: en el Zócalo, en el Ex-convento, en cualquier bar y callejón. Una misionera simpática nos contó las historias religiosas ante el Cristo en la cruz y nos pidió que las trajéramos a nuestro país. No conocía mucho sobre la liturgia cristiana, pero la observaba con curiosidad y adoración. Por supuesto, me costó mucho tiempo pasear por las platerías y me asombré al ver las joyas con el marbete "hecho en China".
Caía la noche. Me presentaban la mayor maravilla del pueblo. Las luces de Taxco, más brillantes e innumerables que las estrellas, estaban fluyendo por la escarpadura de la sierra guerrerense. Cuando estaba sola, arriba en una cafetería junto a la ventanilla, con una botella de corona en la mano, observando la escena de afuera en tranquilidad, la belleza de la noche me iluminó. Era la primera vez que disfrutaba de la soledad romántica y agradable desde que llegué a Mexico. Abajo estaba la placita del Zócalo donde se encontraba la parroquia colonial. Aunque todavía estaba rodeada de mucha gente, risas y distintos ruidos, sentía calma como si me dejaran sola en este mundo. Acá, en la oscuridad y luminosidad de la noche, rodeada por el ambiente exótico, apenas tenía conciencia de lo que estaba imaginando. Las luces eran de las casas locales, de los sitios históricos y de la noche de religión y a mí no me pertenecía ninguna. La mía estaba a miles de kilometros, transpacífico, en el Sur de China. Allá por una ventanilla se salía una luz suave y templada, y dentro, ¿qué estaba haciendo mi mamá? ¿en qué estaba pensando? Casi no había pensado en mi familia desde que llegué aquí, por todas las cosas que he tenido que arreglar cada día, y solamente en este momento mi pensamiento voló a lo lejos. Escuchaba la voz del fondo de mi corazón y sentía contento.
Era demasiado tarde, pero no me preocupaba por la seguridad. Era Viernes Santo. No creía que hubiera maldad en este tiempo, aunque no conocía la religión ni este lugar muy bien. En este mundo complicado hay que tener fe. Creía en la Semana Santa y, en esta noche de Taxco. Me dijeron que había liturgia a las 12 de la noche en el Ex-convento y decidí presentarme allí. Cuando llegué se había reunido muchísima gente, en la placita, arriba de las casas rodeadas. Todo el mundo estaba esperando. Al rato, salieron de las puertas del Ex-convento una treintena de hombres semidesnudos con una cuerda atada en la cintura, con pantalones negros, y la cabeza cubierta con un rebozo negro, dejando sólo al descubierto los ojos; sus hombros y brazos atados junto con una garba de unos cien ramos de espinas. Así caminaron con los ramos encima. Cuando estaba reflexionando qué significaba, la estatua de la Virgen María se encumbró desde dentro de la iglesia, vestida en luto y su corazón atravesado por una espada. Al siguiente marcharon lentamente las mujeres con vestido negro Y una candela en la mano. La gente en dos lados de la calle observaban, todo en silencio. La luz del pueblo palideció en este momento. La noche fue iluminada por las velas en la larga procesión. Las velas eran suaves, templadas y me dieron otra vez tranquilidad. En la pantalla se leía:
Hora de la Madre
Oración y Meditación
Acompañando a María en su Soledad
Mujer de Dolor
Lo entendí. Sin tomar en cuenta la religión, era fácil. Era la noche de una madre adolorida por su hijo. Y era el momento de meditación para todos nosotros. No importaba de dónde venías, qué religión practicabas, o aun si no creías en ninguna. En este momento, todo el mundo escuchaba la voz de su corazón, pensaba en las personas que quería, creía en lo que creía, y encontraba la felicidad de la vida. Me dieron una candela e ingresé en la procesión. Caminaba justamente tras la Virgen. De mi vela salía una luz suave y cálida junto con la de los demás. Entramos en la tranquilidad de medianoche, y en este momento percibía que la luz en mi mano me pertenecía, y también esta noche en Taxco, y esta Semana Santa.
* Estudiante china de Español Intermedio 1
CEPE-CU, México, D.F.