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De los envases contaminantes

Gonzalo Lara*

En los últimos diez años he percibido un notorio crecimiento en la producción y el consumo de envases para alimentos y bebidas. No dudo que el unicel esté viviendo su época dorada. Todavía hace unos años un atole lo servían en un jarro y el tamal lo daban en una hoja de papel reciclado (el jarro se lavaba y el papel era consumido presto por la tierra). Hoy día prácticamente cualquier bebida la sirven en unicel; y no sólo eso, sino que le adornan una tapa y un popote, agregados de los que bien se puede prescindir, pues si el vaso es nuevo y nadie ha tocado su borde y se va a desechar, seguramente, ¿qué caso tiene usar un popote? Más basura.

 

            Con los alimentos, calientes o fríos, pasa igual: charolas de unicel, cubiertos de plástico, cajas de unicel “para llevar”, papel aluminio, bolsas, todo desechable, directo a la basura. Parece que cuando uno compra comida, y no sólo para llevar, porque muchas veces aunque se consuma en el mismo sitio la sirven en desechables, lo único que puede reintegrarse a la naturaleza es tal vez la servilleta.

            Taqueros y panaderos no quedan excluidos de entre los fanáticos del dañino plástico. En algunos lugares ponen una hoja de polipapel (o sea, plástico) entre el taco pedido y el papel de estraza que lo envuelve; en las panaderías se afanan en envolver en polipapel prácticamente cualquier cosa que no sea un bolillo o una telera. En más de una ocasión la chica de la panadería me ha hecho caras feas porque le he pedido que no me ponga el polipapel (en todo caso el beneficio directo es para ella, que no gasta más envoltura, ¿no?). De manera parecida reaccionan las chicas de las quesadillas cuando les digo que no las pongan en charola de unicel, sino nomás así, en el papel, y que de una vez les pongan la salsa, porque insisten en dármela aparte en unos vasitos con tapa hechos de alguna combinación de plástico con más plástico indestructible. El muchacho de las gelatinas no puede dejar de darme un polipapel debajo del verdadero papel (reciclable, por supuesto) en el que descansa la gelatina que le compro.

            Una más: hay que ver la cantidad de envoltorios que traen las golosinas con juguete de promoción como galletas, chocolates, etcétera., y tantos otros productos que se venden en cualquier tienda.

 

            Esta profusión de envases y envolturas ha traído consigo un incremento de basura que no creo que alguien pueda contar. Hay tiendas en países económicamente poderosos que ya se están interesando en vender productos naturales con la menor envoltura posible, o en caso de tenerla, procuran que sea completamente reciclable.

 

            También parece que de unos pocos años para acá ya nadie se acuerda de los platitos de cartón y las tazas de cartón encerado para el café caliente (ambos reciclables). Son raros ya los lugares donde los usan. La gente que vende comida ya no quiere lavar platos de plástico ni vasos ni tazas ni nada; seguramente suponen que es un gran avance tecnológico y hasta higiénico que haya vajillas completas de unicel o plástico a su servicio y que, “sanitariamente”, pueda tirarse a la calle o, a veces, ponerse en un bote de basura para “jamás volver a saber de ellas”.

            Si el cartón proviene de un árbol, por lo menos se reintegra pronto a la tierra en una composta o tratamiento de descomposición acelerada, mientras que los derivados de petróleo es bien sabido que permanecerán en esta tierra hasta después de que haya muerto la última cucaracha.

 

            Efectivamente, hay cómodos insustituibles, como los cubiertos o los popotes, que no los puede haber de cartón (¿de verdad que no podría haber popotes de cartón encerado?) u otro material reutilizable, pero deberían ser los menos y no dominar completamente el mundo de los envases de alimentos.

 

* Profesor de Español
CEPE-UNAM, México, D.F.