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El D.F., Defectos Formidables

Hugo Royer

De los viajes que he hecho, México es el que mejor había preparado. En verano de 2003, hace ya tres años, fui allí durante un mes, para conocer este país que me había hecho trabajar mi imaginación y atizar mi curiosidad respecto a su historia, su cultura y el alma de sus habitantes.

Así, antes de comprar mi boleto para México, había leído algunos libros y me había enterado de muchas cosas que tocaban de cerca o de lejos a este país. Ya bien informado, estaba seguro de que México me encantaría.

Saliendo de París, pasar por la ciudad de México es casi obligatorio, a menos que escojamos llegar por Cancún, pero en mi proyecto no estaba visitar este tipo delugares turísticos, pues yo lo que quería era conocer la capital mexicana. Por eso me había informado tanto y, como consecuencia de ello, la ciudad ejercía sobre mí una fascinación muy fuerte.

La remota historia de México-Tenochtitlan, su transformación durante la colonización, su desarrollo al inicio del siglo XX, su inmensidad caótica de hoy día, sus colonias sobrepobladas, sus avenidas sinfin y el mestizaje de los mexicanos, que ha dado esta “raza de bronce“, como lo escribió el intelectual mexicano Vasconcelos, todo eso estaba en mi mente cuando estaba a punto de aterrizar en el aeropuerto del Distrito Federal (D.F.).

También, antes de que el avión tocara suelo mexicano, ya conocía de la generosidad de los paisanos. En efecto, un mexicano, amigo mío, que vive en Francia, había hablado con su familia que vive en el DF para que me alojara en su casa. Mi amigo me dijo que la casa de su familia está ubicada en el norte de la ciudad, pasando la Basílica de Guadalupe. Llegando a esta zona, pude darme cuenta cómo los límites de la ciudad se pierden. Hay algunos cerros por esta parte, y subiendo a uno de ellos, se ven muchísimas casas de hormigón construidas desordenadamente unas tras otras, ganando poco a poco el terreno sobre los cerros. Todo eso da un aspecto de anarquía gris a todo el conjunto, debido a la ilegalidad de esas construcciones. A pesar de ello, la mayor parte de la gente que vive allí es agradable y amistosa.

El primer día de mi estancia fui en pesero hasta el Museo de Antropología, al otro lado de la ciudad. Atravesando las avenidas Misterios y Reforma, me parecía que esta ciudad jamás acabaría de crecer. Aun estando informado, no podía creer en su tamaño. Al ver la riqueza de los museos y de los monumentos que existen para testificar la antigua historia del país, comprendía por qué todos los viajeros, incluso los más experimentados, quedaban asombrados frente a ellos. Creo difícil que otros países de América posean tantos testimonios de su pasado prehispánico, excepto, tal vez, el Perú.

También me sentí sorprendido por la cantidad de iglesias que esta ciudad tiene. Hay un número increíble de edificios de tipo colonial, los cuales no tienen el suelo firme, pues se están hundiendo porque están empapados en agua.

A fin de cuentas, lo que más me da pena es saber que antes había una laguna en lugar de esta ciudad, y que ahora esta misma ciudad y sus habitantes padecen de escasez de agua potable. Ni siquiera existe un río en el DF.

Aunque no conozco toda la ciudad, me gusta el D.F., porque cada día puedes descubrir algo si tienes la disposición de recorrer sus calles. La ciudad de México te reservará siempre una nueva sorpresa.

* Estudiante francés de Español Superior 3
CEPE-UNAM, México, D.F.