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Tianguis: La güerita

Tanja H.Romeborn*
Tianguis: La güerita
Tianguis: La La güerita

Foto: http://www.neverendingvoyage.com/exploring-mexico-citys-street-food-and-markets/

Güera, güera, güera, ¿Qué va a ser, preciosa? La invitación sospechosa viene de un busto pintado de sudor y frutas. Una mano desconocida me pasa un pedazo de mango, cocido bajo el sol del Sahara. Pruébelo, güerita, sin compromiso. La fruta entra por mis labios resecos y su caliente dulzura agria remoja mi lengua. Dos kilos, por favor. Saboreándolo me digo, están buenos y empiezo a desear la siguiente mordida. ¿Qué más, mi reina? La frase me regresa del estado de sueño, Nada más, gracias.

La primera palomita se marca en mi lista de necesidades, ordenada como siempre.

¿Qué sigue? Nopales, calabazas y flores, tortillas, queso Oaxaca... Alimentos que para mí antes eran desconocidos ya son visitantes regulares en mi bolsa traicioneramente verde. Pacientemente avanzo entre codos y miradas interesadas en un río de chilangos que han salido para comprar la despensa de la semana. Enfrente de mis ojos danzan los colores de las frutas y verduras, como una docena de arcoiris en las mesas de los comerciantes, dejando sus aromas de otra realidad en mis ventanas nasales. Frutas de toda dulzura y bombones para aquellos que requieren aún más. Y para aquella persona, muy mexicana, que lo desea, hay señoras intimidantes que avientan, en vasos de plástico, puñado tras puñado de chile piquín sobre un pobrecito coctel de tesoros exóticos.

Güera, Güerita, princesa, preciosa, mi reina, bonita... Las palabras amorosas de bocas desconocidas caen como la lluvia, unas suaves, llenas de ternura, otras juntándose como granizos que retumban contra mis sienes.

Un hombre cortando una papaya cambia sus ojos por platos cuando voy pasando y se traga rápidamente sus palabras, porque esta güerita es una güera, una güerota real, alta como dos hombres, con cabello parecido a la paja y piel como las sábanas percudidas cuando las has olvidado cambiar. Aún sintiéndome común y corriente, soy una extraterrestre camuflada en mi vida cotidiana.

Olores azucarados se cambian por la cruda fragancia de carne sangrante; hemos llegado a la parte en donde el relleno de mis interiores veganos quieren hacerles compañía a las tripas colgadas al lado de las patitas y trompas de puerco y otras carnes menos vivas. Cuando el hambre se ha ido, como perro asustado, de aquel escenario, llegan los puestos de comida. Tlacoyos, huaraches, quesadillas, sopes... combinaciones de letras como el cubo de Rubik para aquellas personas que no han sido introducidas al misterio de los platillos mexicanos, pero para nosotros, los pocos afortunados, son códigos de la riqueza, de la gastronomía mexicana. Un puño de hambre empieza a crecer otra vez en lo más profundo, y mi boca se llena de saliva, como un xoloitzcuintle en frente de un filete.

Con un agua fresca y mis órdenes cociéndose, guardo mis deberes para el futuro y doy vida a uno de los lemas de la nación: antes que nada, me echo unos tacos.

*Estudiante sueca del Taller de crónica literaria.
CEPE-CU, UNAM, Ciudad de México.