La muerte, ¿regalo de la vida?
Ana Morales*
La muerte, ¿regalo de la vida?
¿Dónde está, muerte, tu victoria?
¿Dónde, sepulcro, tu aguijón?
1 Corintios 15, 55
Ana Morales*
La pérdida de la creencia en la inmortalidad causa duelo. La muerte atañe a todo ser humano.
En México la celebración del día de los muertos, el 2 de noviembre de cada año, considero que es peculiar y única. A la tradición ancestral se sumaron otros factores para conformar el día de muertos que hoy conocemos. Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, en 1859, se convirtió en un problema la inhumación de los fallecidos, debido a que los que podían pagar un sepelio dentro de los templos católicos así lo hacían, pero los que por su economía no podían, lo hacían alrededor de las iglesias, lo que traía por consecuencia que se convirtiera en un mercado negro, práctica antihigiénica y foco de infecciones.
Debido a lo anterior, se decretó por ley la remoción de los fallecidos que se encontraban fuera de cementerios, camposantos, panteones o bóvedas para su traslado a lugares más adecuados, es decir, metieron orden y le quitaron esa función e ingreso al clero.
Para la gente era un problema, porque significaba remover duelos pasados. Dentro de las creencias de la época, se iban a disgustar los parientes porque los iban a llevar a otro lugar a descansar. Pero gracias al ingenio del pueblo mexicano, se organizaron y se llevaron a sus “muertitos” a enterrar, como lo pedía la ley, a un cementerio o camposanto.
Celebrando se los llevaron a inhumar a otro lugar, pero para que no se enojaran “los muertitos”, los llevaron durante el trayecto con música y formando una vereda de cempasúchil, flor de temporada, para no perder el camino. Ya en el camposanto, acomodaron veladoras, alimentos que les gustaba comer y beber, fotografías y adornos, música, entre otras cosas. Durante ese día los acompañaban para animarlos a quedarse ahí, prometiendo visitarlos nuevamente el próximo año en la misma fecha. Esta ceremonia se sigue haciendo tanto en cementerios como dentro de las casas.
En mi casa ponemos un “altar de muertos” cada año. Eso significa que recordamos parientes y amigos que se han ido y celebramos el honor de su memoria con el cariño de siempre.
Con este propósito, uno de mis hijos y yo decoramos la casa este año. El papel picado cubría la mesa de la sala, en el centro, una veladora alta y grande iluminaba las fotografías de todos los que se nos adelantaron; mi esposo, sus papás, los míos, amigos y mascotas. Alrededor, un círculo de flores de cempasúchil y guindas (flores aterciopeladas de ese color) bordeaban los límites de la ofrenda. Encima acomodamos varios ornamentos como calaveras de azúcar, cazuelitas con semillas de los alimentos que les gustaban, frijol, café, sal, agua y una docena de veladoras. También pequeños letreros con los nombres de otras amistades, pero con cuyas fotografías no contábamos. Prendimos por la noche las veladoras y nos acordamos de cosas chuscas vividas con los que se fueron. Lo más importante fue que también dejamos alrededor, encima de las flores, pequeños papeles escritos con pensamientos acerca de la muerte, unos en español, otro en italiano, uno en alemán y otro en inglés.
Aquí transcribo el que más me gustó: “Those we love don’t go away, they walk beside us every day, unseen, unheard, but always near, still loved, still missed and very near.”
Fuente de imagen: https://www.flickr.com/photos/tauntingpanda/41056633
*Estudiante del Taller de Crónica Literaria.
CEPE-CU, UNAM, CDMX.
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