La UNAM como lugar de intercambio cultural
Alfonso Mendoza*
Durante mis años de licenciatura en la UNAM he tenido la oportunidad de disfrutar los diversos servicios proporcionados por la universidad, que comprenden tanto actividades académicas como culturales y deportivas.
Un buen día recibí un correo electrónico para participar en un programa llamado UNAMigo. Dicho programa es promovido por la Dirección General de Cooperación e Internacionalización (DGECI), cuyo objetivo principal es coadyuvar en el intercambio académico y la integración de estudiantes extranjeros que durante un semestre realicen estudios en alguna de las entidades de la universidad, así como fomentar el interés por el conocimiento de nuevas culturas y brindar incluso la oportunidad de practicar diferentes lenguas.
Tiempo después recibí la notificación de haber sido aceptado, por lo que tendría que acudir a una plática informativa, y una segunda después, en donde conocería a los estudiantes de movilidad. Esta iniciativa, sin saberlo, sería una gran oportunidad para un intercambio cultural en sus diversas facetas.
Sin embargo, el día en que cada participante conocería a los estudiantes de intercambio, por cuestiones de logística la reunión no salió del todo bien, y los papeles con los nombres no coincidían entre estudiante nacional y estudiante extranjero.
En mi caso, resultaba que estaría a cargo del acompañamiento de tres chicos, pero solo uno de ellos apareció mientras que otra chica que no se encontraba en la lista tenía mi nombre.
Tiempo después solo seguía en contacto con uno de ellos, quien venía de la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Si bien al inicio parecía un poco complicado saber de qué hablar, resultó que teníamos algunos gustos en común, lo que nos llevó a frecuentarnos cada vez más.
En un almuerzo con mi UNAMigo (la hora de la comida, en México) conocí a otra chica colombiana que se encontraba de movilidad en la misma facultad. Nuevamente coincidimos en diversos temas y el interés por conocer más de la cultura de los otros.
Días después me solicitaron acompañarlos a algunos lugares representativos de la Ciudad de México. Ser guía de turistas, por así decirlo, no es una tarea sencilla, pero esta circunstancia me obligó a conocer un poco más mi ciudad y la historia de mi país; pese a considerarme bueno en esta área, mi conocimiento resultó ser menor de lo que pensaba, aunque incluso meses antes había hecho de guía para unos amigos extranjeros.
Durante los recorridos realizados compartíamos experiencias de nuestras respectivas ciudades, y al pequeño grupo de tres se unieron cuatro colombianos más que se encontraban de movilidad en la misma entidad académica, el primero de ellos de la Universidad Caldas, el segundo de la Universidad de Santo Tomás, el tercero de la Universidad Nacional de Colombia y la última de la Universidad Cooperativa de Colombia, además de tres mexicanas más, Ximena, Laura y Jessica. Y cada uno de ellos tan peculiar que hacían los momentos más divertidos.
En este grupo, pese a hablar todos el mismo idioma, las diferencias lingüísticas resultaron mayores de lo que pensaba. El sonido /sh/ del “yo” argentino, el distintivo “parce” colombiano, el conocido acento mexicano (chilango), nos dieron más de un tema para conversar. Situación más cómica cuando intentaban pronunciar nombres con origen de alguna de las muchas lenguas indígenas con que cuenta el país, como Xochimilco, Huitzilopochtli, Xolotzcuintle o Tepozotlán, aunque finalmente lo lograron.
Cuando llegaba la hora de comer no podía faltar como pregunta obligada: ¿tiene chile? al ver cada platillo y comer incluso tacos con tenedor y cuchillo. En el aspecto académico, durante un seminario en el Instituto de Investigaciones Jurídicas, me cuestionaban sobre las razones para la existencia de una u otra figura jurídica o por qué no se implementaban ciertas cosas como en sus países de origen. Así como ésta, podría esbozar diferentes anécdotas curiosas por su contenido y enriquecedoras de distintas maneras. Aprovecho para agradecer a Pablo, María, Juan, Andrés, Felipe y Melanie, quienes me han permitido compartir mi cultura y conocer la suya.
Finalmente, la iniciativa de la DGECI, desde una perspectiva personal, es una gran experiencia tanto para estudiantes nacionales como extranjeros. La inserción y el choque cultural pueden ser complicados, incluso si se habla el mismo idioma. Tener a alguien que pueda facilitar información respecto a cosas tan sencillas como transporte o comida, hace una gran diferencia y ayuda a evitar el sentimiento de soledad que muchas veces sienten las personas en esta situación. Si bien este programa aún se encuentra en desarrollo, es una semilla que puede generar una buena relación para adaptarse durante su estancia en un país desconocido y enfrentar las diversas barreras culturales existentes, pues al final del día en cualquier lugar que estemos, todos necesitamos UNAMigo.
Fuente de imagen: https://www.unaminternacional.unam.mx/es/alumno/licenciatura/internacionalizacion-en-casa/unamigo
*Estudiante de la Facultad de Derecho y participante del programa UNAMigo 2018.
Facultad de Derecho, CU-UNAM, CDMX.
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