Un olvido y un recuerdo
Araceli Álvarez
"Alberto Quintero Álvarez: Una poesía con fuego en sus ramas, una dignidad elevada desde las raíces hasta el aire sonoro de las hojas, una primavera de palomas quemadas, una poesía en que el silencio se llena de temblores."
Pablo Neruda
El próximo 20 de agosto están por cumplirse cincuenta y cinco años de la muerte del poeta y ensayista guanajuatense Alberto Quintero Alvarez (1914-1944), y su figura, asociada a la de Efraín Huerta, Octavio Paz y Rafael Solana, a raíz de la publicación de las revistas literarias Taller poético (1936-1938) y Taller (1938-1941), no ocupa sino breves líneas en las páginas de la historia de la literatura mexicana.
Este silencio, si bien injusto, no deja de ser natural, ya que a la circunstancia de la temprana muerte del poeta hay que sumar la imposibilidad de encontrar en librerías y bibliotecas alguno de los escasos ejemplares que se editaron de sus dos libros de poesías. En cuanto a su labor ensayística, al estar diseminada en diferentes periódicos y revistas, resulta aún de más difícil acceso.
Con el propósito de contribuir en alguna medida, al necesario conocimiento y difusión de la vida y obra de este poeta mexicano, presento al lector una breve semblanza de su vida, así como algunas muestras de su poesía.
Quintero Alvarez nació el 25 de enero de 1914 en Acámbaro, Guanajuato. Su niñez transcurrió entre las poblaciones de Irapuato -en la se contagió de la famosa influenza española, raíz de la enfermedad que finalmente lo llevaría a la tumba-, Celaya y Guadalajara.
Desde muy joven Quintero Alvarez dio muestra de una brillante capacidad intelectual y de un polifacetismo poco común que le permitieron participar con éxito en concursos de oratoria, ganar un concurso nacional de caricatura (1927), montar un taller de radio, dictar conferencias sobre distintos temas literarios y moverse con soltura e la redacción de ensayos, tanto de temas literarios como científicos.
En 1935, ya establecido en la ciudad de México, presentó sus primeros versos a Enrique González Martínez, quien lo felicitó con estas palabras: "Tiene usted la palabra poética, la nobleza espiritual y la pureza de la emoción." Fruto de la mutua admiración y amistad que se dio entre ellos fue la Presentación que González Martínez escribió para el primer poemario de Quintero Alvarez, Saludo de Alba (1936). Posteriormente el joven poeta entró en relación con los escritores agrupados en torno a Taller, fundada en 1936 por Rafael Solana y empezó a publicar en esta revista, así como en la revista argentina Sur y en Letras de México. En ese mismo año Solana, Jaime Torres Bodet y Quintero Alvarez publican Tres ensayos de amistad lírica para Garcilaso, dedicado a este poeta con motivo del cuarto centenario de su muerte.
En los ensayos que Quintero Alvarez publicó en diferentes periódicos es interesante observar que no obstante el desprecio que sentía nuestro poeta por "la burguesía inerte" y su repudio por el fascismo, esta convicción nunca lo llevó a afiliarse a algún partido político ni a introducir en su poesía reflexiones sobre política, ya que, en su concepción, al artista "hay que dejarlo que se dedique a crear, a producir obras verdaderas". Al artista no se le debe reclamar "un papel que nunca ha tenido: el de pedagogo". Resulta muy significativo que uno de los últimos pensamientos que, entre la fiebre, el poeta dio a la pluma, fuera en este sentido: "Los hombres toman a pecho su misión en la tierra y se afilian a partidos o encabezan actividades públicas cifrando en ello su utilidad de hombres y engriéndose hasta el delirio, como si amar no fuera todo."
A fines de 1938 Solana fundó la revista Taller, que volvió a reunir al mismo grupo de poetas y a una serie de escritores españoles refugiados en el país, entre los que se puede mencionar a Manuel Altolaguirre, León Felipe y Ramón Gaya, entre otros.
En 1940 el grupo vivió la interesante experiencia que le significó la presencia de Pablo Neruda en la capital. "Alberto tenía un ascendiente muy especial con Neruda -explica el poeta Enrique Guerrero, colaborador de Taller-. Pablo llegó a apreciarlo mucho como ser humano, como hombre, por su personalidad extraordinaria, convincente."
De 1938 a 1940 Quintero Alvarez se ocupó de la dirección y gerencia de la revista Mundo cinematográfico y en julio de 1942 publicó su segundo libro de poesía, Nuevos cantares y otros poemas, volumen en que se incluye el poema "La sed que se olvida", con el que obtuvo el segundo lugar en el concurso de los Grandes Juegos Florales de la República Mexicana (1941), en el que fungieron como jurados además de Enrique González Martínez, José Vasconcelos, Enrique Díaz Canedo, Antonio Castro Leal y Pablo Neruda.
Al año siguiente se inició oficialmente como argumentista y adaptador cinematográfico, ocupación que le impidió dedicarse al ejercicio poético con el entusiasmo que hubiera deseado. Fue sorprendido por la muerte el 20 de agosto de 1944, tras dos semanas de constantes fiebres.
Además de los homenajes de que fue objeto a su muerte en diversas revistas y por instituciones como el INBA y el gobierno del estado de Guanajuato, en diferentes momentos, poetas y críticos como Manuel Maples Arce, Antonio Castro Leal, Raúl Leiva, Jesús Arellano, Frank Dauster, José Luis Martínez, Julio Caillet-Bois y otros, han dedicado breves estudios a su obra o realizado selecciones antológicas de su poesía. Sin embargo, su producción completa no ha sido objeto del estudio profundo que merece y hoy, a 55 años de muerte, la obra de Quintero Alvarez es conocida por unos cuantos y su figura evocada tan sólo como un hermoso recuerdo.
"Su nombre no ha alcanzado las grandes resonancias de la fama, pero entre quienes han tenido la oportunidad de conocer su obra, Quintero Alvarez ha ganado un distinguido lugar como uno de los poetas más finos, más delicados y más distinguidos de México. Tan ponderado, tan exacto, tan puro, siempre a mil leguas de la vulgaridad, como si se moviese en un mundo mejor y respirase un aire más diáfano que el nuestro." [Rafael Solana]
FRAGMENTO AMOROSO (fragmento) Amad a vuestros muertos, contempladlos y acompañadlos; esperad el último golpe de sus sienes contraídas; conoced el pavor misterioso y plancentero de su agonía sangrante; mirad por largas horas la belleza de su rostro destruído; cerrad sus ojos y amadlos porque la muerte es dulce, porque la muerte es infinitamente un acto amoroso.
ESTACION DE ESPERA Un poco más, Amor, un poco más, y tendremos la misma libertad de los ciervos. No cesa aún la espera, todavía es el agua sileciosa y mortal, apurada hasta el fondo, nacida nuevamente para el siguiente día, para el siguiente día, hasta la fecha última de suspender la sed en un aliento breve y decir: es el día de soltura, la apertura del campo que nos pertenecía, lo que tú y yo buscábamos, Amor, lo que era tan humilde que pudimos llamarlo sin herirnos.
Un poco más, Amor, porque la vida llega cierta vez con un llamado frágil, y es la sed suspendida. Entretanto está el sueño con su venda de olvido, o el día con sus bueyes, su cebada y sus árboles, para hacernos durar y detenernos. |