Dos etapas históricas, dos escuelas de arte en México contemporáneo
Frank Leung
Foto: Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México |
i. El muralismo, promotor del nacionalismo mexicano
En 1921, una vez concluida la Revolución y bajo el gobierno estable del presidente Obregón, José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación, inició un vasto programa de educación popular. Organizó la primera campaña contra el analfabetismo; abrió bibliotecas y apoyó misiones culturales; inició el programa de pinturas murales en edificios públicos para sensibilizar al pueblo a la idea del nacionalismo mexicano. Entre los pintores contratados estuvieron Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Roberto Montenegro.
El muralismo fue un movimiento cultural que refleja todas las inquietudes populares de la Revolución Mexicana: sus sentimientos, luchas y aspiraciones frente a la realidad social inmediata. El uso de este medio masivo de comunicación fue fructífero para fortelecer la unidad del pueblo mexicano durante la reconstrucción, debido a su accesibilidad y su mensaje renovador en la afirmación del nacionalismo revolucionario.
En 1923, con el apoyo de Vasconcelos, los pintores Rivera, Siqueiros y otros fundaron la Unión de Trabajadores Técnicos, Pintores y Escultores, un organismo para expresar las ideas artísticas y sociales de la época. En la nueva generación de jóvenes intelectuales y artistas, muchos de ellos fueron procomunistas. Los viejos proyectos culturales, concebidos antes por los liberales, se convirtieron en nuevas formas de arte de contenido nacionalista. El muralismo pintó la historia socio-política mexicana con protogonistas de todas las clases sociales, conocidos o desconocidos.
ii) El Art Déco, un modelo de arquitectura para modernizar México
El movimiento artístico que llamamos Art Déco llegó a México en 1918. Como en Europa, este movimiento respondía a las demandas de modernidad de la naciente clase media. Un objeto Déco era fabricado para uso cotidiano; podía ser orfebrería, ropa, cosméticos o cerámica, con un valor estético que podía ser apreciado fuera de las galerías, en las vitrinas de almacenes, y al alcance de la naciente clase media. Su filosofía utilitaria y futurista (la misma que la del Art Nouveau) permitió a un México receptivo entrar en la modernidad. Sus características dinámicas y geométricas se debieron a la aportación del cubismo, del futurismo y del constructivismo. Su auge ocurrió en los años veinte y treinta, cuando incorporó elementos e iconos de las antiguas culturas indígenas gracias a su inclinación ecléctica. México no fue un gran productor de objetos Déco, pero triunfó este tipo de arquitectura en nuevas estructuras, por ejemplo, en la colonia Hipódromo Condesa. El Estado empobrecido después de la lucha armada necesitaba construcciones públicas modernas bien decoradas. La arquitectura Déco podía ofrecer soluciones.
Uno podría decir que casi todos los precedentes pensamientos tienen raíces e influencias externas, en las ciencias, en la política, y en las artes. La constante a lo largo del proyecto revolucionario y de reconstrucción ha sido la adopción ecléctica de elementos externos e internos para el bien de México. Esta misma característica que se encuentra en la arquitectura Déco mexicana puede ser el icono del proyecto de la modernización del país. La arquitectura Déco se puede considerar como un esquema de métodos y actitudes que se incorporan en las nuevas estructuras arquitectónicas, o como una galería con varias salas de exposición dedicadas a las formas del arte en el primer tercio del siglo XX.