La Demonia
Bernardo Barajas-Garrido
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Estaba cansado de estar esperando tanto. Aun me preguntaba que estaba haciendo en ese bodegón cuando un hombre con una bata de laboratorio salió de uno de los tres pequeños cubículos que había dentro de la bodega donde estaba. Venía acompañado de un anciano de rasgos asiáticos, quien me colocó frente a un espejo.
El cubículo estaba iluminado por la tenue danza de una vela que colocó bajo mi rostro frente al espejo. El anciano tocó mi cara y mi lado izquierdo se paralizó, se quedó dormido como si hubiera sido anestesiado. Mi propia mirada estaba fija en mi rostro y un flujo de energía vibraba dentro de mí. Me perdí dentro de las metamorfosis del reflejo de mi cara. Mis piernas se vencieron y caí de bruces, impávido e inamovible sobre el suelo. El anciano cubrió mis hombros con una manta amarilla y se fue.
Después de un rato, el hombre de bata entró de nuevo con su tabla de anotaciones. Comenzó a examinar mi pulso, mis pupilas y mis reflejos y mientras lo hacía se podía oír cómo murmuraba para sí. El suave y casi imperceptible bisbiseo decía algo acerca de que yo no era el elegido, de que no me había entumecido. Al escucharle le interrumpí diciéndole que sí se me había paralizado medio rostro, ya había pasado, pero sí había sucedido. Él me preguntó qué lado fue el que se había entumecido.-El izquierdo, le dije. Su rostro se llenó de miedo y de sus manos se cayó la tabla de notas, como si esto aligerara su huida. Escuché una puerta abrirse y del último cubículo salió una mujer de figura esquelética, con mirada apagada y cabellos opacos. Su caminar parecía el de una persona que no vive a gusto dentro de su cuerpo. Comenzó a dar vueltas en derredor mío, clavándome su mirada vacía.
Después de unas cuantas vueltas se me acercó temerosa. Se acercó tanto que sus labios casi rozaban los míos, y desde ahí me preguntó sin mirarme si sabía quién era yo. La pregunta se me enterró en los oídos tan fuerte que tarde en responder. En esa breve pausa la famélica mujer se metió entre mis brazos.
-Tú eres el hijo del diablo, me dijo convencida. Dentro de mí una voz interior, una voz familiar me dijo que no escuchara tonterías, que yo bien sabía quien soy. Tomando a la mujer por los brazos para alejarla de mi rostro y poder enfocar sus ojos, le dije que yo no era malvado. Ella dejó escapar una risita burlesca al tiempo que tintineaba su cuerpo y me decía en un tono chirriador que no éramos malvados, sino traviesos. Sus labios besaron los míos, encendiendo mi libido, despertando mi lujuria. Comencé a besarla al mismo tiempo que mis manos recorrían su cuerpo entero. Las caderas, la espalda baja, los glúteos; de ahí los muslos que anticiparon mi siguiente movimiento, pues se separaron dejando a mi mano llegar hasta su sexo, donde me di cuenta que su piel era dura como caparazón de tortuga. En un movimiento brusco la aparté. De algún modo sabía que ella era un demonio. Comencé a sentir un flujo muy fuerte de energía dentro de mí. Me sentía muy fuerte, algo estaba sucediendo conmigo, ella se alejó dando un grito despavorido que estaba tejido de miedo, frustración y desesperación.
Salí del bodegón para entrar a la casa adyacente y al entrar me topé con una chica muy hermosa, de piel tersa y sana, de ojos vivos y labios carnosos. Mas pude percibir que se trataba de la demonia, y le traté de dar las gracias, no estaba seguro de qué, pero ella apresuró el paso y salió de la casa. El viento soplaba con rabia y el cielo estaba nublado. Un grito a la distancia me sacó de mi trance, aquel sonido gutural emitido por una mujer venía de la habitación contigua a la entrada de la casa. Salí corriendo hacia el grito; al mismo tiempo que llegaba yo, llegó el hombre de bata blanca que se había asustado de mí. Al entrar a la habitación casi tropiezo con un cofre adornado con motivos hindúes, me asustó, y sólo me bastó señalarlo y desear que se moviera para se quitara de mi paso. La mujer miraba por la ventana un cielo de nubes pululantes y viento embravecido. Pregunté si tan extraño evento estaba relacionado conmigo. -No lo sé, no lo sé, respondió la mujer, pero dentro de mí sabía que así era.