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Del amor romantizado al deseo sexual bajo el signo de la muerte

Emma Jiménez Llamas

Cuatro cuentos mexicanos contemporáneos

En estos cuatro cuentos mexicanos escritos durante el último cuarto del siglo XX encontramos cuatro historias de deseo sexual que desemboca en la muerte y en las cuatro, un ausente: el amor en su variante romántica.

En "Trinitario", de Jesús Gardea; en "Noche de los copos rojos", de Agustín Monsreal; en "Urna", de Felipe Garrido; y en "Los crímenes de Matienza", de Dolores Plaza, los autores ofrecen los "frutos amargos" de deseos sexuales que no lograron satisfacerse o bien tuvieron como intermediarios la muerte.

"TRINITARIO", de Jesús Gardea

En "Trinitario", para los tres personajes masculinos que andan a la caza del viejo Trinitario, el deseo se materializa en la mujer "de clara estampa", con "pelusilla de oro en los lóbulos" y aroma de azahares. Aunque el narrador nos dice que el trío que asesina a Trinitario lo hace más bien por encargo de un tercero --en un arreglo de cuentas que según todos los indicios son cuentas de amor u honor ultrajado--, también deja ver que los tres hombres "odiaron al viejo" porque la suerte de éste se encuentra entrelazada con la de la mujer.

 

Con la pregunta final del cuento expresada en una sola voz, se disocia el trío hasta ahora unido en un solo propósito. El de la voz parece querer aprovechar la muerte del viejo para satisfacer su deseo por la mujer:

 

--¨Y la mujer...?-tornó a preguntar la voz solitaria.

 

Quizás el deseo podrá satisfacerse sólo una vez consumado el asesinato. El deseo bajo el signo de la muerte.

"NOCHE DE LOS COPOS ROJOS", de Agustín Monsreal

Para los tres personajes principales de "Noche de copos rojos", la sexualidad será fuente de angustia concentrada, de odio insensato, de castración simbólica: la madre sufre la vergenza de que su marido muera en el lecho de otra; la hija, ante el despertar de su sexualidad, sufre la violencia extrema de la madre; el hijo, en una "especie de adormecimiento", parece impotente en el momento mismo del vértigo sexual. La madre desvía su impulso vital hacia el cuidado de tulipanes; el hijo nos cuenta esta historia y se regocija por la destrucción de los tulipanes, para después sentir dolor y piedad ante el desamparo de la madre.

Partícipes compasivos de la tragedia que la represión sexual ha acarreado, narrador y lectores visualizan la noche del título del cuento en el luto por los deseos, y la vida, truncados.

"URNA", de Felipe Garrido

En "La urna", cuento de tono gozoso, ahí donde yacen los restos de Julián, uno de los personajes, ahí yace la prueba de que el amor, como la vida, "es una enfermedad pasajera". Y cuando las cenizas de Julián abandonan la urna para reintegrarse a la tierra, el narrador responde implícitamente a la pregunta de Irene, viuda de Julián: "Me querrás siempre, ...aunque yo muera?".

La perspectiva de que los vivos se dediquen, como el narrador e Irene, al goce sensual, se ve ensombrecida desde el inicio del cuento por la disertación sobre la muerte que hace el narrador. Y el entierro de Julián, su cremación, su funeral, aunque relatado todo en tono ligero y salpicado de anécdotas chuscas y observaciones graciosas, deja abierto el hueco de la muerte y del olvido que viene con la muerte para todos los personajes, en especial para el narrador, quien, gracias a la muerte de Julián, acoge en sus brazos a la viuda.

En un alegre equilibrio en el que casi gana la vida, el deseo sexual se consuma en "La urna" bajo la sombra de la muerte.

"Los crímenes de Matienza", de Dolores Plaza

En "Los crímenes de Matienza", cuento de corte hsitoricista, el deseo convertido en pasión irrefrenable trae la muerte del amante y del esposo de la protagonista, quien nos narra la historia en primera persona.

Situada en la época de la Colonia en Veracruz, México, Margarita narra su propia suerte, unida a la de don Rodrigo Salazar, su amante, y la de su esposo, don Jerónimo Esteva, la de María de la Luna y la de Matienza, el caballo de don Rodrigo.

Con exquisita fuerza expresiva, Margarita relata el goce dulce que vive con su marido y el goce abrasador que experimenta con su amante.

Una vida entre un amor clandestino con frutos visibles, siete hijos, y el marital, bendecido por la Iglesia, no podía sino acarrear la tragedia. Se cumple así el pacto con la sociedad, que no tolera el deseo sexual apasionado fuera del matrimonio.

Y esta lectora se pregunta si sería posible mantener la llama de un deseo como el que nos relata Dolores Plaza en la vida conyugal.

 


* En Muñoz, Mario (ed.), Memoria de la palabra, México, UNAM-INBA, 1994.

Disponible en las bibliotecas del CEPE (UNAM, Ciudad de México) y la UNAM-ESECA (Gatineau, Quebec, Canadá)